Mientras Albert decía eso, sacó su gruesa billetera del bolsillo. No había mucho dinero en efectivo dentro de la billetera, pero sí había todo tipo de tarjetas bancarias.

Curiosamente, cada tarjeta bancaria tenía una nota adhesiva con una serie de números. Algunas eran de diez, otras de veinte, treinta o incluso de cincuenta y cien.

Albert tomó una tarjeta con un treinta escrito en ella. Lanzó la tarjeta al asiento del chófer y dijo: “Hay quinientos mil dólares en la tarjeta. La contraseña es 5, 0, 0, 0, 0, 0. Pueden gastarlo libremente y repartir el resto entre ustedes”.

Albert llevaba siempre consigo las tarjetas bancarias. Tenían un valor de al menos varios millones de dólares. Él no era el titular real de las tarjetas, pero guardaba las contraseñas en la tarjeta. Cada contraseña correspondía al límite de la tarjeta. Una tarjeta con un valor de trescientos mil tendría una contraseña que empezaría con tres y terminaría con cinco ceros. Mientras tanto, una tarjeta con quinientos mi