—No te muevas. — La fría voz del hombre resonó en los oídos de Diana, una y otra vez sin cesar.En ese reducido espacio, aunque quisiera moverse, no tenía mucho margen de maniobra. Justo cuando consideraba que si en ese momento le daba un golpe con la rodilla no se podría considerar una falta de gratitud, Valentín dijo con firmeza:—¿No te dije que no te movieras y mantuvieras la presión en la herida?Valentín ya había tomado el pañuelo de su mano y lo presionó él mismo contra la herida en su cuello.Diana se quedó atónita; su rodilla, que estaba a punto de levantarse, permaneció en ese momento inmóvil.—Esa herida ya no está sangrando.—¿Estás segura?Siguiendo la mirada de Valentín, Diana bajó la vista y, al instante, vio cómo la sangre fresca resbalaba por su cuello, tiñendo de rojo su delicada blusa blanca.Soltó un grito ahogado, y de inmediato sintió que el dolor en su cuello se intensificaba aún más que antes. —Señor Valentín, yo puedo hacerlo.—No, quédate quieta.El tono de V
—¿Ah? — El rostro de Diana se frunció. — ¿A tu casa?Antes de que Diana pudiera preguntar por qué la había llevado allí en lugar de llevarla al hospital, Valentín ya se dirigía directo hacia la villa, mientras preguntaba:—¿René Pineda ha llegado?—El doctor René llegó hace diez minutos, lo está esperando en la sala.Diana seguía paralizada en el lugar, hasta que una empleada doméstica la sacó de su asombro:—Señorita Diana, afuera hace demasiado frío, mejor entre. El doctor René la está esperando adentro.Finalmente, Diana reaccionó y siguió muy atenta los pasos de la empleada.Mientras miraba a su alrededor, se dio cuenta de la imponente elegancia de la villa. Ante ella se encontraba una mansión de estilo europeo, una de las diez residencias más exclusivas en la lista de villas del DF.Por Valentín, había terminado llegando a un lugar que nunca imaginó.La empleada con diligencia condujo a Diana hacia el interior de la casa.—René. — La voz fría de Valentín resonó en la estancia.El
Antes de irse, René echó un ligero vistazo a Diana y le recordó a Valentín:—Hay cosas en las que te aconsejo tener más cuidado. Si llegan a oídos de tus mayores, no solo te perjudicarás a ti mismo, sino también lo harás a otros.Valentín frunció el ceño.En cuanto René se fue, Diana también quiso marcharse.—Ya son las once, debo irme, señor Valentín. Gracias por lo de hoy, yo...—Te quedarás aquí esta noche. —La fría voz la interrumpió de inmediato, dejándola atónita.—¿Señor Valentín, está bromeando?Valentín la había salvado, y aunque eso la conmovió enormemente y estaba muy agradecida, no significaba que su relación debía avanzar más. Tampoco creía que Valentín tuviera la obligación de involucrarse en sus asuntos.—Olvídelo, es muy tarde, señor Valentín, mejor me voy.No quería enredarse más con Valentín, así que se levantó decidida con la intención de irse.Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso sobre la alfombra de lana artesanal del salón, una mano la sujetó con fuerza p
—¿Es necesario ponerse tan emocionada? —Valentín la miró sin expresión alguna.A Diana le costó un poco recuperar el aliento.—Soy una mujer mayor y divorciada, ¿qué es lo que ves en mí?—Somos muy compatibles.—¿Compatibles? Dime ¿En qué? ¿Cuánto tiempo llevamos conociéndonos? ¿Realmente me conoces?La mirada de Valentín se alzó ligeramente.—Y, ¿tú qué crees?Diana se quedó perpleja, su rostro se tiñó de rojo en un instante. A duras penas logró contener las fluctuantes emociones que se agolpaban en su pecho y, con firmeza, insistió:—Señor Valentín, en realidad este tipo de cosas necesitan más pruebas para saber si somos compatibles o no. No te has comparado con otras personas, ¿cómo puedes estar tan seguro de que realmente somos los más compatibles?—¿Quieres decir que necesitamos más ensayos, más tiempo para ver si en realidad somos compatibles?—¡No es eso lo que quiero decir!Diana se dio cuenta de que, al hablar con Valentín, a veces él tenía una habilidad especial para guiar la
—Por supuesto que no quiero perder lo que tuvimos. ¿Tú también crees de veras que es necesario llegar a estos extremos?—Sí, es necesario.Manuel se quedó sin palabras, tratando de contener su desesperación:—Diana, ¿cuándo te volviste así? ¡Antes nunca te importaban este tipo de cosas!—Antes no me importaban este tipo de cosas porque éramos esposos, porque yo era la gerente general del Grupo Martínez. Ahora sí me importa, porque soy Diana.Diana siempre había sido una persona bastante racional. Las pocas veces que se mostró sumisa y comprensiva durante estos tres años de matrimonio fueron todas simplemente por Manuel. No lo hacía porque fuera ingenua, sino porque creía que el matrimonio debía basarse en la confianza total.Pero ahora las cosas eran diferentes. Ya no tenía esas ataduras y, sin ellas, solo era ella misma.—Ya he hecho que mi abogado prepare el nuevo acuerdo de división de bienes. Tal vez te lo envíen a tu oficina esta tarde. No hay grandes cambios con respecto al anter
—Señor Valentín, de verdad no tiene que llevarme. Es pleno día, y Manuel no se atrevería a hacerme nada —Se escuchó con firmeza la voz de Diana en el auto.No se imaginaba que Valentín la hubiera estado esperando afuera de la cafetería todo ese tiempo.—Piensas demasiado. Vamos en la misma dirección.¿En la misma dirección?Diana se quedó ligeramente desconcertada por lo sucedido. Bueno, quizá sí estaba pensando de más.En ese preciso momento, Luis, quien iba conduciendo, hizo una pregunta que no pudo llegar en peor momento:—Por cierto, señorita Diana, ¿a dónde la llevo?—Voy a Abogados Unidos.Apenas terminó de hablar, Diana comenzó casualmente a darse cuenta de algo. Ella ni siquiera había mencionado adónde iba, ¿cómo sabía Valentín que iban en la misma dirección?Pero en ese momento, él estaba con los brazos cruzados, recostado en el respaldo del asiento, con los ojos cerrados, descansando de manera muy tranquila.Diana se tragó la pregunta en silencio. Con Valentín nunca se sabía;
— ¿Quién te trajo?— Un amigo. —Diana no dio más detalles—. Por cierto, ¿ya revisaste la información que te envié esta mañana?— Sí, ya la revisé. Vamos, entonces subamos para hablar.José desvió la mirada hacia el horizonte y luego llevó a Diana arriba para discutir los detalles correspondientes del caso.— De haber sabido, te habría llevado a casa anoche. No debiste pasar por algo tan peligroso. ¿Estás bien?— Sí, estoy bien, solo me hice una pequeña herida.Al ver un borde de la venda asomando por debajo de la bufanda de Diana, el rostro de José se ensombreció al instante.— Manuel ha llegado al punto de recurrir al secuestro y las amenazas... Parece que definitivamente quiere acabar en la cárcel.— Es poco probable que lo encarcelen. Puede echarle toda la culpa a María y, como mucho, lo detendrán por unos cuantos días. No quiero que esto se vuelva un escándalo.— Lo entiendo muy bien. Haré lo posible para conseguirte el mejor resultado.Mientras hablaban, el teléfono de José sonó.
Fuera de la oficina, la secretaria condujo a Diana directo a la sala de descanso.—Señorita Diana, por favor, descanse aquí un momento mientras le traigo un vaso de agua.—Gracias. —Diana la detuvo por un momento, lanzando una mirada hacia la oficina de enfrente—. ¿Lucía viene seguido por aquí?La secretaria negó con la cabeza rápidamente.—No, es la primera vez que la señorita Lucía viene. El señor José suele estar muy ocupado, por lo general no recibe amigos en la firma, así que no sé si la señorita Lucía es amiga del señor José.Diana reflexionó un momento antes de responder:—Entiendo, muchas gracias.—No hay de qué, por favor, siéntese un momento.Después de que la secretaria se retiró, Diana sacó al instante su teléfono y abrió el álbum de fotos. Pasó mucho tiempo revisando hasta que encontró preciso una imagen de hace cuatro años, cuando se graduó de la universidad.Era una foto de cuatro personas. Ella y Lucía llevaban togas de graduación y sostenían hermosos ramos de flores, m