—Señores, tenemos un problema —expresó Tomas, cuando recién arribaban los demás.
—¿Qué clase de problema? —le preguntó Arturo, con esperanza de una exageración.
—Cristian y yo fuimos a comprar algo de comida y… las personas del lugar dicen que las revueltas en Londres han alcanzado niveles críticos…
—Los ricos quieren huir, pero el clima no se los permite así que se resguardan en sus casas con ayuda de la policía y de seguridad privada —prosiguió Cristian.
—El turismo está colapsando, los rebeldes están cerrando todo, tomando lugares turísticos y oficinas del gobierno.
—Les dijimos que no hicieran uso de la violencia hasta nuestra señal —pronunció Connor, alterado por los posibles resultados.
—Tranquilos —intervino Elina, ellos tambié
—¿Cómo haremos esto Arturo? —preguntó Cristian, dudoso de acceder a la locura que le ponían enfrente.—¿Dónde los tienen? —respondió Arturo.—Deben tenerlos en la estación principal todavía —expuso Andrew.—Ese lugar está muy expuesto durante el día —añadió Tomas.—No tenemos otra alternativa —dijo Arturo, analizando el mapa de la ciudad, tendido sobre la mesa.—Podríamos esperar a que anochezca.Mientras ellos discutían y formulaban su plan, Elina tomó una decisión arriesgada, llamando de un teléfono público a su amigo, Sam…—Sam, sé que no has sabido de mí en estos días y que todo el mundo dice que soy una fugitiva traidora, pero necesito de tu ayuda.—¡¿Elina?! &i
Todo lo necesario había sido conseguido, las fachadas estaban listas; era tiempo de actuar.Alrededor de la estación de policía, había patrullas y oficiales custodiando el lugar meticulosamente, ya que en ella mantenían resguardados a todos los vándalos.La Resistencia observaba desde afuera, o al menos Keane, Tomas y Cristian. Se percataron de que arribaba el hombre que había causado tanto desastre y alboroto. Era custodiado con fervor para que llegara sano y salvo hasta la entrada principal, donde aguardaba Arturo como guardia de seguridad, agachando la cara y girándose sutilmente para que no le reconociera.Elina portaba un traje de vestir con alto peinado, fingiendo ser una de las oficinistas. Adoptó la misma posición que Arturo ante la presencia de aquel hombre detestable. Andrew había logrado entrar como conserje, gracias a su amigo. Connor había optado por el disfraz de po
Isabel estaba consternada ante lo que todo el mundo llamaba: “El hombre de la mítica leyenda”. Los medios, en todo Reino Unido, y sin duda alguna en todo el mundo, habían presenciado de una forma u otra, lo que Arturo había hecho, junto al acto mágico de sus amigos.Ella pudo reconocer a esas personas, entendió que aquella locura que le habían expuesto, iba más allá de un linaje perdido, o de una usurpación; era una muestra de la misma voluntad de Dios en ese hombre, un hombre que jamás había tocado una escalinata real, o presenciado un carruaje, que no poseía la educación de un rey y sin embargo, parecía serlo. Su corazón estaba apesadumbrado, aunque extrañamente, también se sentía aliviado; como si una carga que se había visto obligada a llevar por imposición y mentiras, ya no le abrumara.Así pues, como si las
—¿Qué fue lo que pasó? ¿Dónde está Arturo? —le interrogó el ansioso Keane, a Elina.—No lo sé, solo se fue. Dice que ocultó la espada en donde nadie podrá encontrarla. No tengo idea de si volverá o no, lo único de lo que puedo estar segura, es que él ya no quiere luchar.—¡No podemos desistir ahora, no después de lo que pasó!—Las personas están proclamando a Arturo como el legítimo Rey, ya pueden ponerle un rostro a su causa —añadió Connor, recargado con sobriedad en la pared.—¿Tienes idea de a dónde fue? —le preguntaron a Tomas.—Nuestros refugios ya los conocen, no creo que haya ido ahí, pero puedo averiguar con nuestros conocidos.—Bien, hazlo —le pidió, más como una súplica que como un mandato
La mañana había vuelto a aparecer y con pesar para algunos, el alba no había traído consigo el regreso de Arturo. Todos estaban conmocionados, nadie imaginaba donde estaba: ¿en verdad había huido y dejado todo atrás? ¿Realmente había abandonado a sus amigos en un futuro incierto?—¿A dónde vas? —le preguntó Keane a Elina, extrañado por verla cargar un pequeño bolso en su brazo.—Me voy —le dijo, sin mirarlo fijamente, evadiendo las reprimendas.—¿A qué te refieres con que te vas? —le gritó— ¡No puedes dejarnos así nada más?—¡Él se ha ido!... Y no planea regresar, por eso me voy a un lugar donde pueda seguir descubriendo quien soy, al menos en lo que le queda de vida a esta isla.—¡¿Entonces te rendirás así de fá
Elina escapó rápidamente, corriendo y deteniéndose para que las personas a su alrededor no se alarmaran por la escena. Se dirigió a donde los amigos que había abandonado, aguardaban con esmero el regreso de su salvación.Keane, Tomas y los demás se mantenían reunidos en espera de un buen plan, de algo que les alentara a luchar y que les diera la esperanza de una victoria, aun si no tenían a su Rey.—No importa si hay o no más rebeliones y revueltas, si nosotros los guiamos, no tendremos el poder suficiente para llegar al trono y salvar a Reino Unido —insistió Keane, ante las sugerencias de Connor.—No tendremos otra oportunidad —le pregonó.—Podríamos esperar a Arturo, tal vez vuelva si ve que las cosas están tan mal —intervino su viejo amigo.De pronto la puerta fue golpeada con desesperación, se encaminaron
Arturo había huido, no por miedo a pelear las batallas, ni siquiera por miedo a perderlas, sino por miedo a que los demás pagaran el precio de su pérdida. Probablemente estimaba demasiado a las personas para que ellas padecieran porque él no era suficiente. El ser digno de algo no funciona si no te crees digno de ese algo.Había vagado por rumbos desconocidos, tomando rutas donde nadie le conociera, ayudó a unos hombres que necesitaban de su fuerza y recibió el pago suficiente para comprar un boleto de tren y alejarse de Londres. Ignoró las noticias todo lo que le fue posible, pero incluso en el tren, las personas a su alrededor charlaban y murmuraban sobre lo acontecido, sobre él, sobre los desastres de la naturaleza y sobre la creciente revolución. Ante eso, agachaba la cabeza y miraba hacia otro lado, como si con ello pudiera ignorar y dejar de escuchar tales cosas, anulando la idea de que todo depend&ia
—Un segundo, ¿cómo planeas ver a La Reina ahora con tanta gente fuera? —le preguntó Connor a Elina, antes de marcharse para unirse a la batalla.—No lo sé, me las ingeniaré estando allá.—No deberías ir sin un plan, no podemos perderte ahora que tú eres la única que tiene magia.—Puede que tengas razón —aceptó, volviendo la mirada a la mesa, como si esta le rebelara lo que debía hacer, de igual forma, todos esperaron escuchar su plan.—Tal vez debas enfocarte en ayudarnos, después de todo solo es… —dijo Tomas, al ver que no proponía nada.—No, tengo una idea. La Reina recibe todos los días un cofre con los documentos a revisar, puedo dejarle una carta y decirle que nos reunamos en un punto donde nadie nos vea.—¿Cómo sabrás que leyó la carta, o que irá? —cuestionó Keane.—Todavía no se lo entregan —explicó, viendo la hora en el reloj de la habitación; apenas la mañana comenzaba su auge y ya se desataba una guerra—. Puedo seguir el cofre cuan