Olivia bajó del auto que Iván, envió por ella a su casa para traerla al aeropuerto. La joven caminó nerviosa hasta llegar a la sala de arribo, en donde su jefe, sentado observando su teléfono no se percató de su presencia.
—Ingeniero, buenos días —saludó la muchacha, se sorprendió al ver a su jefe de jeans, chaqueta de cuero, camiseta, con sus rizos húmedos, bien rasurado, se veía más joven, y bastante atractivo.
Olivia suspiró bajito y luego sacudió su cabeza.
Iván levantó su mirada hacia ella. La chica se veía diferente, había dejado su cabello castaño suelto, llevaba unos jeans de basta recta y una camisa de manga larga, era muy delgada. Su jefe pensó que no se alimentaba bien, quizás no le avanzaba el sueldo para sustentar sus gastos, en el sector donde funcionaba la empresa, los restaurantes eran exclusivos y dada la lejanía de su hogar, era imposible que ella pudiera ir y volver a la hora del almuerzo.
<Queridos lectores un nuevo capítulo. Iván ya llegó a Cuenca. ¿Qué creen que suceda? estamos con los nervios de punta. No olviden unirse a mi grupo de Face… book: Si me ves llorar por ti by Adamarys Mérida, ahí podemos hablar sobre este libro, cuando se unan, avísenme que están leyendo El color de la venganza.
Olivia respiró tranquila al momento que el avión aterrizó. Una vez que abandonaron la sala de abordaje, uno de los choferes de la aseguradora se acercó a su jefe. —Ingeniero Arellano, buenos días —saludó el joven. —Hola, Patricio —respondió Iván—. Ella es mi asistente Olivia. —La presentó. La chica dibujó en sus labios una breve sonrisa. —Por favor llévame de inmediato a esta dirección —ordenó Iván, sintiendo una punzada en su cabeza, y esa misma opresión en su pecho no lo dejaba respirar con normalidad, subieron al vehículo. Olivia observaba las calles y edificios de la ciudad. El clima era agradable, no hacía tanto frío como en Quito, su jefe permanecía en completo silencio, digitaba su celular a cada momento, enviaba mensajes al investigador quién le comunicó que Paloma, y sus hijos aún no salían del edificio. Antes de que el reloj marcara las 11:00 am, el chofer estacionó el vehículo. Ivá
Olivia se colocó frente a él. —No lo voy a detener, solo piense que, si desea recuperar a su familia, esta no es la manera. —¿Qué sabes tú de lo que yo siento? ¿Cómo puedes aconsejarme cuando desconoces lo que es perder a quienes amas? —recriminó a Olivia. La joven posó sus ojos cristalinos en la mirada de su jefe, los labios le empezaron a temblar y las lágrimas brotaron de sus mejillas. Iván tocó un tema muy sensible para ella. —Lo entiendo más de lo que usted imagina... Yo tenía siete meses de embarazo cuando mi pareja clavó el cuchillo en mi vientre asesinando a mi bebé —confesó con la voz entrecortada. Iván abrió sus ojos con sorpresa, arrugó su frente, y luego inclinó su cabeza avergonzado, mientras Olivia, se cubría con sus manos el rostro. —Yo... lo lamento...—Iván, no sabía cómo disculparse, observaba a su asistente llorar
Olivia se cubrió el rostro con las manos temblorosas, estalló en llanto recordando los golpes, los insultos, las humillaciones, y hasta las violaciones de las que era objeto por parte de su pareja. —Tranquila —pronunció Iván, se puso de pie y fue por un vaso con agua, luego regresó y se lo extendió a la chica. Olivia dio varios sorbos intentando calmarse. —Él me amenazó, me advirtió que si yo decía algo atentaría en contra de mi bebé, por eso me quedé callada, a pesar de que estando embarazada me golpeaba, pero con el tiempo era peor, las discusiones y peleas eran constantes, yo tenía siete meses de embarazo, cuando llegó borracho a maltratarme primero de manera verbal, como yo no respondí empezó con los golpes, yo pude escapar de su agarre y me encerré en la habitación, pedí ayuda a mi papá, pero él logró abrir la puerta, se dio cuenta de la llamada, como un energúmeno me atacó sin piedad. —Iván, escuchaba aquel r
Días después El Padre Alejandro, dictaba una charla a un grupo de jóvenes reunidos en la iglesia, tomaba como ejemplo las palabras de Manuel Bireni: «La envidia de un amigo, es peor que la envidia de un enemigo» Iván junto a Olivia, para no interrumpir la charla, se acomodaron en las bancas de atrás del salón. «La envidia es el arte de contar las bendiciones del otro y no las propias» pronunció en voz alta el padre Alejandro, haciendo referencia a las reflexiones de su colega el sacerdote Bireni. —Me da bastante tristeza ver hoy en día mucha gente llena de envidia, anhelando tener lo que otros poseen. —El sacerdote observó a Olivia, le brindó una sonrisa a especie de saludo, la joven correspondió el gesto—. Ustedes dirán ¿Pero padre no tenemos dinero, no poseemos bienes, por qué nos envidian? —cuestionó mirando a los jóvenes que murmuraban entre ellos—. La en
—Sí me espera hasta cambiarme de ropa acepto su invitación. Iván sonrió. — Por supuesto. Minutos más tarde llegaron a la casa de Olivia, la joven bajó del vehículo, ingresó a su residencia en donde su mamá la estaba esperando con la mirada llena de ira. Apenas vio a su hija entrar por la puerta se abalanzó a ella queriendo abofetearla como era su costumbre, sin embargo, Olivia, le agarró la mano. —No pienso permitir que me vuelvas a tocar —pronunció con la voz temblorosa, sentía que las piernas le fallaban. La madre de la joven abrió sus ojos de par en par. —Soy tu mamá, y me respetas. ¿Piensas que ese riquillo se va a fijar en alguien tan simple e insignificante como tú? —Él no tiene nada que ver en mi vida, es solo mi jefe. —¿Segura? —cuestionó soltando una risa irónica—. Andas
Paloma, de la mano de Diego, llegaron al consultorio de la psicóloga Paulina Vélez, tomaron asiento en la sala de espera mientras los atendían. Observaban parejas con varios niños aguardando pasar a la consulta. Algunos minutos después ingresaron al consultorio. Diego saludó con una amplia sonrisa a su ex maestra de universidad. —Diego Serrano, uno de mis mejores estudiantes — comentó con alegría. —Paulina Vélez, una de mis extraordinarias docentes que tuve en la universidad — expuso, mirando con gratitud a la doctora. —Le presento a mi pareja, ella es Paloma Borrero —señaló él abrazando a su novia. —Mucho gusto. —Sonrió la chica—. Diego me ha hablado muy bien de usted. La doctora Vélez ladeó una sonrisa rememorando los recuerdos de cuando ella daba clases en la Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador.
Olivia sonrió con dulzura, con la mano temblorosa la colocó encima de la de Iván. La azulada mirada de él se posó en la joven, quién no podía sostenerle la vista porque sentía que, de un momento a otro, él iba a adivinar sus sentimientos—. Tú jamás me agobias, eres mi amigo, estamos para apoyarnos en las buenas y malas. —Tienes razón —expresó él, sin dejar de verla, al lado de aquella joven encontraba la paz que le hacía falta a su alma atormentada—. Hoy vine a festejar tu liberación y una nueva etapa en tu vida. Olivia sirvió el sushi en los platos. Iván descorchó el vino y lo colocó en dos copas. Comieron y bebieron hablando acerca de la aseguradora, ella trataba de mantener la mente de Iván ocupada en otra cosa que no fuera Paloma. —Me debes un baile —advirtió él. Olivia se enrojeció. —Te dije que no sé hacerlo —pronunció en un murmullo. —Eso s
La pareja ingresó a la alcoba solo existía una cama de madera de dos plazas pegada a una pared, una silla vieja arrumada en una esquina, varias tinas con ropa limpia a un costado de una pequeña mesa de planchar, además de algunas cajas de cartón apiladas en un extremo. —Disculpen somos humildes —volvió a repetir la señora. —Más bien usted discúlpenos a nosotros por venir a incomodarla —le dijo Olivia, con la mirada agradecida. —En estos momentos es cuando debemos ayudarnos unos a otros. — Sonrió la mujer. La señora salió de la habitación, Iván, también le agradeció el gesto. Olivia se sentó en un extremo de la cama, observaba la alcoba y escuchaba como de nuevo la lluvia caía. —¿Crees que hayan logrado evacuar a toda la gente cercana a la montaña? —No lo sé, espero que sí, sería una gran catástrofe, pero imagino que la