parte 3: la prometida de Raphael

Sobre el suelo poroso y húmedo, Zola contaba cada minuto mientras trataba de aferrarse a la vocecita que le ordenaba resistir el impulso de rendirse y simplemente dejarse morir lentamente.

Abriendo débilmente los ojos, sintió contra su mejilla que el suelo vibraba, pero ningún sonido llegaba a sus oídos. Como si todo estuviera en silencio.

Se acurrucó, incapaz de soportar el dolor de las cuerdas alrededor de sus muñecas. Nuevamente, sus lágrimas brotaron, incontrolablemente. Este zumbido sordo que nunca la abandonó se convirtió en un estruendo resonante. Con la visión borrosa, Zola dio un respingo cuando la puerta, que temía ver abierta, explotó en un millón de fragmentos. Su carcelero se derrumbó junto a ella, sangrando. Usó sus piernas para retroceder cuando no pod&iac

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