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Zola no le quitaba los ojos de encima. Su amplio rostro se acercó lentamente al de ella. Su alegre cabello negro, que era un poco demasiado largo, estaba peinado hacia abajo en la parte posterior de su cuello. Una espesa barba cubría su mandíbula cuyos músculos no dejaban de contraerse. ¿Fue por molestia? No, Zola estaba segura de que era cualquier cosa menos molestia.

Naturalmente, había algo salvaje al respecto y más allá del dolor y su audición defectuosa, Zola podía escuchar la voz de Vladímir prometiéndole que no tenía miedo. Se culpó a sí misma por no haberlo escuchado. Siempre recordaría ese momento en que Vladímir la había llevado a casa. Había recibido toda la atención que necesitaba para saber que estaba a salvo.

Pero hoy se sentía como una muñeca de trapo. Si tan solo lo hubiera escuchado cuando le confió que no se sintiera serena al verla partir sola. Si tan solamente hubiera escuchado esa vocecita en su cabeza que le había gritado que se quedara con este amable hombre. E
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