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Dos semanas después:

- ¡A dónde me llevas! Jabbar!

Jabbar solo sintió la ira hirviendo dentro de él. Tenía la impresión de que no había nada más en el horizonte. Como si estuviera disminuido, como si nada, tuviera más valor y belleza a sus ojos. Una camisa de fuerza de hierro le rodeaba el pecho.

- En Omán, en las prisiones del sultán.

Los ojos de su madre se agrandaron.

- ¡No, no hagas eso, Jabbar! Ella imploró, tratando de liberarse del agarre de los guardias.

- Mataste a su hijo y te quiere para verte pudr

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