La comida continuó en un ambiente de risas y conversaciones amenas. Los platos típicos griegos eran deliciosos, y la familia de Dimitrios no escatimaba en anécdotas que hacían que Amara se sintiera cada vez más relajada. Mave, la pequeña sobrina de Dimitrios, no dejaba de hacer preguntas curiosas, y su energía contagiosa hacía que el ambiente fuera aún más cálido.En un momento, mientras todos estaban charlando y disfrutando del vino, Mave miró fijamente a Amara con una expresión muy seria. Luego, de repente, se levantó del asiento con una sonrisa traviesa y cruzó la sala hasta llegar donde estaba Amara, que estaba sentada junto a Dimitrios. Todos la miraron con expectación, ya que sabían que la pequeña siempre tenía algo interesante que decir.—¡Tía Amara! —exclamó Mave, en voz alta y sin ningún reparo, haciendo que todos en la mesa se volvieran a mirarla.Amara levantó una ceja, sorprendida, pero sonrío mientras la pequeña se acercaba a ella.—¿Qué pasa, Mave? —le preguntó, con una
Esa misma noche, después de la comida y los momentos agradables con la familia, Dimitrios y su padre se retiraron al salón privado del apartamento. El aire estaba lleno de una mezcla de conversación relajada y el sonido lejano del viento que soplaba suavemente fuera de las ventanas abiertas. La luna reflejaba su luz sobre el mar, y todo parecía estar en su lugar, pero había algo que ocupaba la mente del padre de Dimitrios.—Dimitrios —dijo su padre con voz profunda, mirando a su hijo con una intensidad que solo un padre puede tener—, esa mujer, Amara, es fuego. Se nota en su desenvolvimiento, en cómo camina, cómo te mira, y, sobre todo, en la sensualidad que emana de ella. Tienes que tener mucho cuidado con ella.Dimitrios, que hasta ese momento había estado recostado en el sillón con una copa de vino en la mano, levantó la vista hacia su padre. Una sombra de incomodidad cruzó su rostro, pero rápidamente la disipó, adoptando su habitual "cara de hielo", esa expresión que le ayudaba a
La noche estaba tranquila en el apartamento de Dimitrios, pero dentro, el aire estaba cargado de una energía que no podía ignorarse. Amara y Dimitrios habían compartido una tarde relajada, pero algo en el ambiente había cambiado. Amara lo sentía. Había algo dentro de ella que la impulsaba, una chispa, una llama que pedía ser avivada. Y esta vez, no sería Dimitrios quien la guiara; ella tomaría el control.Era como si la mujer de la que él se había enamorado —la suave, dulce y sumisa Amara— se hubiera transformado en algo completamente diferente, más audaz, más poderosa, más feroz. En sus ojos brillaba un fuego que no había visto antes. Su cuerpo se movía con una gracia segura, y su postura mostraba una confianza que hacía que el mundo a su alrededor desapareciera. El vestuario de la noche era simple: un conjunto de lencería roja que apenas cubría su piel, resaltando cada curva de su cuerpo como una obra de arte.Dimitrios la observaba desde el sofá, sin poder quitarle los ojos de enci
La mañana en Atenas comenzó con una brisa suave que acariciaba las altas ventanas de la oficina de Dimitrios. El sonido del tráfico de la ciudad, siempre vibrante, se filtraba por el ventanal, pero Dimitrios no lo escuchaba realmente. Su mente estaba lejos, perdida en los recuerdos de la noche anterior, en las caricias de Amara, en el fuego que ella había desatado en él. Pero sabía que la realidad lo esperaba, y no podía permitirse perder el enfoque.La oficina estaba tranquila cuando Dimitrios llegó, como siempre. El equipo ya estaba comenzando a organizarse para el día, y aunque la rutina diaria era conocida y cómoda, algo dentro de él había cambiado. El frío y calculador Dimitrios que todos conocían estaba ahora un poco más… humano. Había algo en su corazón que ya no podía ignorar, algo que lo vinculaba a esa mujer que lo había transformado de una manera que ni él mismo comprendía.Tomó su lugar detrás del escritorio, observando las pilas de documentos que le aguardaban. Pero no pu
Era tarde en la tarde, y la oficina de Dimitrios estaba vacía, salvo por él y Amara. Los informes y las pilas de documentos se amontonaban en su escritorio, pero él no les prestaba atención. Había algo más importante en su mente. Algo que lo había estado rondando desde su llegada a Grecia.Amara estaba sentada frente a él, mirando por la ventana con una expresión pensativa, aunque su belleza seguía iluminando la habitación con su presencia. Su mirada era seria, como si estuviera considerando algo importante, pero Dimitrios sabía que su mente iba mucho más allá de la conversación que tenían.Él la observaba, un destello de emoción cruzando sus ojos, mientras pensaba en todo lo que habían compartido desde que llegaron a Grecia. Su relación había evolucionado de maneras que nunca imaginó, y aunque disfrutaba de la intensidad de su amor, había algo que sentía que debía hacer para consolidar aún más su futuro juntos.—Amara —dijo Dimitrios con voz firme, interrumpiendo su reflexión.Ella s
Amara estaba nerviosa. Era una de esas noches que, aunque disfrutaba de la compañía de Dimitrios, no podía evitar sentirse un poco fuera de lugar. Había estado en Grecia por un tiempo, sí, y había aprendido a adaptarse a su nueva vida, pero hoy era diferente. Hoy conocería a uno de los hombres más importantes en la vida de Dimitrios: su mejor amigo, Andreas.Dimitrios le había hablado mucho de él. Andreas era su compañero de vida, el hombre que lo había acompañado en todas las etapas difíciles de su carrera y su vida personal. Siempre había sido alguien con quien compartir secretos, desafíos y, sobre todo, momentos de risas. Ahora, sin embargo, él la vería a ella, a la mujer que había logrado entrar en el corazón de su amigo.Estaban en un elegante restaurante de Atenas, con vistas a la ciudad iluminada. La noche se presentaba tranquila, pero el ambiente era todo lo contrario. El lugar estaba lleno de personas disfrutando de una buena comida, pero Amara no podía concentrarse en los pl
La noche en Grecia estaba impregnada con un aire cálido y suave. Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos, pero en el apartamento de Dimitrios, todo estaba sumido en una atmósfera de calma y deseo contenido. Amara caminaba por la habitación, mirando a través de las enormes ventanas que ofrecían una vista impresionante de Atenas. El sonido de la ciudad era un murmullo lejano, pero dentro de ese espacio, solo existían ellos dos.Dimitrios la observaba desde el sofá, su mirada intensa y llena de deseo. Sabía que ella también sentía la tensión, esa atracción que se había acumulado entre ellos con el paso de los días. Había algo en el aire esa noche, algo que los unía de manera única, casi mágica. Y cuando sus ojos se encontraron, Amara supo que no habría vuelta atrás.Con una sonrisa sutil, ella se acercó lentamente, cada paso una promesa. Su mirada no dejaba de buscar la de él, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, Dimitrios se levantó, su cuerpo acercándose al de ella con una cal
Era una tarde soleada cuando Amara llegó a la mansión de Dimitrios. Habían sido invitados a una pequeña reunión familiar, una de esas tardes en las que las conversaciones giran entre vino, risas y una que otra anécdota de la infancia de Dimitrios. Aunque se sentía cómoda en Grecia, la idea de estar rodeada de más personas que no conocía tan bien siempre le provocaba algo de nerviosismo.El padre de Dimitrios, el imponente hombre que había aprendido a admirar con el tiempo, estaba sentado en una gran mesa de comedor, rodeado de varias personas. Entre ellas, un hombre alto, de cabello oscuro y ojos penetrantes, estaba en una conversación animada con Dimitrios y Andreas. Cuando Amara entró, todos los ojos se volvieron hacia ella.El hombre que estaba conversando con Dimitrios la observó detenidamente, un brillo extraño en sus ojos. Era un hombre de unos 40 años, elegante, de postura erguida y una presencia que no pasaba desapercibida. Su nombre era Leonidas, un amigo cercano del padre de