Al día siguiente el pequeño tampoco quiso comer nada, solo se fue en busca de su tesoro como todas las mañanas lo hacía, pero esta vez iba muy triste, ya que iba sin su compañero perruno.

Kelaya, al verlo de esa forma, no lo quería dejar ir, pero Alejandro le dijo, solo déjalo que haga lo que más le gusta, ya verás, que en poco tiempo se le quita esa tristeza.

Después de un rato, el pequeño volvió con una gran alegría que no podía con tanta felicidad en su cara, ya que por primera vez pudo encontrar su gran tesoro y no era cualquier tesoro, puesto que había encontrado muchas joyas antiguas y hasta lingotes de oro.

El pequeño no podía con la dicha, tanto así que había atribuido todo esto a su pequeña mascota que desde el cielo le había enviado esa fortuna.

Kelaya fue otra que estaba sorprendida y miró a su esposo, el cual solo le daba una pequeña sonrisita y ahí fue que ella se dio cuenta de que este era el dueño de aquella sonrisa en los labios de su hijo.

Ella de inmediato se le acer