Capítulo 976
Berta tenía mala cara, su corazón se aceleró de rabia. Iba a decir algo cuando Santiago, que se había adelantado, la contuvo.

Se quedó paralizada.

La ancha espalda de Santiago la bloqueaba, y no podía ver la sonrisa viciosa de Alita ni las caras malvadas de los macarras. Era como un muro que la aislaba de toda la fealdad del mundo.

A Berta se le encogió el corazón y una sonrisa imperceptible curvó la comisura de sus labios.

—Señorita Jiménez—La voz de Santiago era fría—. Dime tu plan.

—¿Te lo digo? ¿Quién coño eres tú? —Alita se rodeó los brazos ante el pecho, resopló y luego se burló—. Parece que te lo pasaste bien como recién casado, ¡y queires proteger de ella! ¿Es esa zorrita tan buena en la cama como para mantenerte obediente?

—Alita Jiménez, ¡cuidado con lo que dices! Tú...

Antes de que a Berta le salieran las palabras de la boca, Santiago le detuvo.

Berta volvía a asomar la cabecita por el otro lado de la axila de Santiago:— ¡Alita Jiménez!

—¡Atrás! —Santiago le detuvo otra vez.
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