Tú se quedas, Sofia. Ambas mujeres se sorprendieron, se miraron un segundo, la mujer mayor preguntándole en silencio si debía salvarla, pero ante el movimiento negativo discreto que hizo la chica solo asintió dejando la oficina. Sebastian la llamó para que sentara a su lado, ambos esperaron hasta que apareció el abogado y amigo sin esperar a que le dieran el paso, saludando a ambos con un asentimiento, tomando asiento en la última silla vacía, acomodando los papeles que traía bajo el brazo. Sofia nunca lo había visto tan serio y compenetrado con su trabajo. La chica miraba detenidamente al abogado, ojos marrones, más claros que los de su amigo, se veía que no era de estar en el gimnasio, aunque se mantenía bien y disfrutaba de la vida. Ahora ejercía su profesión, traje y peinado lo hacían de temer. Tragó en seco cuando vio el contrato que leyó hace una semana, de seguro el que llevaba su firma. Se preguntó como dos personas muy distintas tenían esa amistad, con tanta confianza como
¿Bienvenida a casa?… ¿Casa? ¡Esa era una mansión! No tenía por dónde empezar, si mirar a la izquierda o a la derecha, arriba o abajo. Conturbada, muda ante la belleza del lugar y las palabras de Sebastian. En poco más de un mes ese sería su hogar, refugiada de todo el mundo entre esas paredes y jardines. Protegida de quien quisiera amenazarla o acosarla. ¿Tendría permitido salir de ahí? Si recordaba algo del contrato, decía que debía ser la encargada del funcionamiento de la fundación Pies descalzos, por lo que sí saldría, al menos algunas veces. Sintió un escalofrío apoderarse de su espalada asi por toda la columna, de seguro su rostro reflejaba miedo, terror de enfrentarse a ello y fallar en el intenti. Un pensamiento la hizo temblar, entender lo que estaba por ocurrir. En el minuto que diera el “sí, acepto” frente a un juez, ese sería su lugar, dentro nadie podría molestarla, nadie podría atreverse a negarle algo… nadie podría entrar a lo menos que ella lo autorizara o lo pid
—¿Estás segura de lo que haces, Sofia? —La chica le miró sorprendida. —No sé a lo que se refiere, señor Dumott—el hombre negó soltando un bufido. —Javier; sabes que nada de formalismos, aunque sea testigo de la locura en que te estás metiendo. Se miraron fijamente, esperando la reacción del otro, cualquier cosa que pudiese dar cabida a una discusión o hacer entrar en razón al otro. La secretaria perdió la batalla bajando la mirada y apoyándose en el escritorio. —No sé qué estoy haciendo, pero creo que es lo mejor. —¿Estás segura? —preguntó Javier; ella asintió con determinación. Él suspiró—. Sebastian es mi amigo, lo quiero como a un hermano, es un buen tipo, pero esta vez no puedo decir que esté pensando con la cabeza. No quiero que te arrastre en su maldito juego, que cuando reviente, salgas más lastimada de que lo ya estás o puedes estar. —No pasará —insistió Sofia, ahora con mayor fuerza. El abogado asintió. —Te aprecio, Sofia, especialmente si eres la única que ha der
Todos los ejecutivos ya estaban en sus puestos predeterminados por Rebecca, quien se encargó de especificarlos en su carpeta individual. La chica caminó al lado de su jefe hasta llegar al puesto de presidencia y una silla detrás de esta donde ella tomaría apuntes de lo hablado. Como había dicho Sebastian, en realidad era una batalla tenerlos a todos, siendo que cada uno tenía un área determinada dentro de la asociación, igualmente intervenían en otras ocasionando discusiones que el presidente debía detener dando la última palabra donde ya no se podía discutir más. En varias ocasiones el empresario le pidió la opinión, especialmente en situaciones donde se encontró ausente y la empresa quedó a su cargo. Sofia destacó en cada una de sus intervenciones sorprendiendo a los invitados y Sebastian sonreía con disimulo orgulloso de lo que comenzaba a crear. Luego de llegar a un acuerdo en todas las áreas, firmar lo que fuera pertinente y tener nuevos proyectos gratificantes, abandonaron la
Cuatro horas para elegir un peinado y arreglarse el cabello, tres horas de Spa y depilación. Una hora para comer, otras dos horas para ir de compras por un guardarropa decente para los próximos días y una hora más para el maquillaje, manicura, pedicura. El resto de la tarde fue para coordinar los siguientes pasos, tomar las riendas, decisiones y elegir lo que deseaba o lo que mas le gustaba. ¿Maquillador y estilista personal? ¿Marca favorita para los futura ropa los perfume que usaria de ahora en a delante? ¿Elección de alimentos orgánicos? No se escatimaba en gastos, todo le era permitido y lo mejor. Impresionante. La parte traumática fue verse al espejo y no reconocer a la persona que se reflejaba, era aterrador en cierto nivel era como si se perdiera entre esa ropa lujosa, en ese peinado y maquillaje. Se acostumbró durante veintidós años a una persona y que en solo una mañana crearan un cambio radical: una mujer diferente. Sentía ese instinto de querer correr a esconderse huir
Sebastian seguía en la misma posición, ahora con las manos en los bolsillos de su fino pantalón mirándola detenidamente. Sus ojos parecían aburridos, el tigre descansaba y dejaba que el hombre fuera el protagonista, tragó en seco cuando él sonrió. —Lo hiciste bien, pensé que saldrías corriendo cuando te besé. —No lo esperaba —contestó ella sin despegar los ojos de él. Sebastian asintió. —Lo sé, tendrás que hacerte la idea que así será cuando estemos en público. Seremos dos personas correctas que demuestran su cariño con discreción; no andaré besándote por cada rincón y no quiero que tú lo hagas, solo serán pequeñas muestras de afecto que logren hacer creer nuestro amor incondicional: rozarnos, tomarse de las manos, un beso en la mejilla, esas cosas. ¿Si entiendes verdad? —Sofia asintió. —¿Y tus padres? —Vio al animal apoderarse de su cuerpo, se estremeció. —Ya los veremos —Sofia se fijó en su reloj—. En menos de una hora. ¿Tienes todo? —Lo dejé en el auto —contestó Sofia.
—Sí, ¡claro que sí! —respondió Sofia lanzándose al cuello de Sebastian sorprendiendo a éste quien perdió el equilibrio dando un paso atrás, aferrándola con los brazos para que no cayeran al suelo. —¡No lo puedo creer! ¡Creí que este día no llegaría! Mi pequeño se casará —dijo Luisa levantándose con los ojos cristalinos de la emoción y acercándose para felicitarlos con un abrazo. —Espera, madre, quiero ver este anillo en su dedo. No creeré que haya aceptado si no lo lleva. Tomando la mano de la chica con delicadeza sintió como ella temblaba, observó el rostro percatándose que ella no dejaba de vigilar sus manos unidas y la acción de colocar ese anillo en su dedo, el cual no podría sacarse desde ese mismo momento. La farsa iba en serio, ya podrían confirmarlo ante todos. —¡Son demasiados diamantes! ¡Estás loco! —Gritó la chica logrando que los presentes rieran. —Lamento informarte que tienes la culpa de mi locura y acabas de aceptar vivir con ella. Sentía diez kilos sobre su ded
Así de simple Gruñó cuando escuchó la puerta abrirse y la voz de Pool invadiendo la habitación. De seguro era demasiado temprano para que irrumpiera en su pequeño cuarto. La alarma no sonaba, lo que significaba que tenía algunos minutos para dormir antes de prepararse para el trabajo. ¿Quién lo dejó entrar a su habitación? ¿Había sido la dueña? ¿El señor Gottier tendría algo que ver? Con un grito rebotó en la cama luego de sentir una nalgada sobre el cobertor. ¡Cuánto atrevimiento! Con el cabello despeinado buscó con la mirada borrosa al causante. Cerró los ojos al comprender en donde estaba. Nada de pensión, cuartos pequeños o baños compartidos, ahora tenía una cama gigante para ella sola, un baño con hidromasaje y jacuzzi, una ducha individualizada y un asesor que siempre llevaba una sonrisa y también la tarjeta que daba acceso a la suite. Suspiró audiblemente. Dos malditas semanas desde que anunciaron su compromiso, dos semanas desde que entendió que podría mover solo un dedo y