La madrugada había caído sobre la ciudad como un manto pesado, y el Hospital Central se iluminaba en la distancia con un brillo frío y clínico que contrastaba con la oscuridad envolvente. Aurora estaba siendo llevada en una camilla por el pasillo principal, rodeada por el equipo médico que trabajaba frenéticamente para estabilizarla. Alexander caminaba detrás, sus botas resonando en el suelo de mármol, cada paso firme un reflejo de su determinación. A pesar de haber sido testigo de innumerables escenas similares, algo en esta situación lo mantenía profundamente inquieto.Cuando llegaron a la sala de emergencias, los médicos se dispersaron para iniciar el procedimiento. Una doctora joven, de cabello recogido y mirada concentrada, se acercó a Alexander. —Coronel, haremos todo lo posible por estabilizarla. Parece estar respondiendo bien a la intravenosa, pero necesitamos tratar los golpes internos y monitorear la fiebre. Alexander asintió, aunque su mente no podía dejar de correr en
La sala de recuperación del Hospital Central estaba en silencio, salvo por el leve pitido de las máquinas que monitoreaban los signos vitales de Aurora. Alexander permanecía de pie junto a la ventana, observando la ciudad iluminada desde la altura del cuarto piso. En su mano derecha sostenía un expediente con los últimos reportes de la operación, aunque su mente estaba lejos de concentrarse en los datos. Su mirada se desvió a Aurora, que descansaba en la cama, su respiración tranquila pero aún débil. Habían pasado apenas unas horas desde que fue ingresada, y aunque estaba estable, Alexander sabía que el camino por recorrer sería largo.Mientras tanto, en otro rincón del hospital, Halcón 2 y otros agentes revisaban las grabaciones de las cámaras de seguridad de la cabaña de Ricardo Brown. En las imágenes borrosas, podían distinguir al fugitivo moviéndose con precisión, burlando los sensores y desapareciendo por la entrada trasera. Era un hombre astuto, calculador, y cada movimiento suy
Al llegar a la isla, el equipo se dividió en grupos, avanzando con cautela a través de la vegetación densa. Las instrucciones eran claras: localizar y capturar a Ricardo con vida si era posible, pero sin correr riesgos innecesarios. Ricardo, que había estado observando la costa desde su refugio, vio las lanchas acercándose y supo que su tiempo se había agotado. Se preparó rápidamente, tomando un arma y escondiéndose en un punto estratégico desde el cual tenía vista completa del único camino hacia su posición. Cuando el primer grupo de agentes se acercó, un disparo resonó en la isla, seguido por gritos y órdenes que rompieron la quietud del lugar. Alexander, que estaba más atrás, escuchó el caos y supo que Ricardo había decidido pelear hasta el final. —No tiene escapatoria —dijo, avanzando con cuidado hacia la posición de Ricardo. Los minutos que siguieron fueron un tenso juego de estrategia y resistencia, con ambos lados moviéndose como piezas en un tablero de ajedrez. Pero
La luz en la habitación del hospital era tenue, lo suficiente para no agobiar, pero también lo bastante clara como para recordarme que seguía allí, atrapada entre las sombras de un pasado reciente que no me dejaba descansar. Mi cuerpo dolía con cada movimiento, como si las heridas fueran una constante advertencia de lo que había vivido. Sin embargo, no eran los golpes los que pesaban más; eran los recuerdos, los fragmentos de una tormenta emocional que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.Ricardo. Su rostro seguía atormentando mi mente, sus palabras llenas de odio y desprecio resonaban como un eco interminable. Había escapado de él físicamente, gracias a Alexander y su equipo, pero aún lo sentía cerca, como una sombra que se negaba a desaparecer. Cerré los ojos, intentando apartar esas imágenes, pero en su lugar, apareció la mirada firme de Alexander, su voz calmada pero decidida, prometiéndome que estaba a salvo.¿Realmente estoy a salvo? Me pregunté en silencio. Aunque lo
Los primeros rayos de sol se reflejaban en los rascacielos de Manhattan, pero la calma habitual que caracteriza al amanecer en Nueva York estaba lejos de sentirse. La ciudad, conocida por ser el centro del poder y el dinamismo empresarial, había despertado con una noticia que sacudió sus cimientos. Ricardo Brown, un influyente empresario cuyo nombre era sinónimo de éxito y prestigio, ahora estaba en el ojo del huracán por un crimen que nadie había previsto: el secuestro y abuso de su esposa, Aurora.Las estaciones de televisión locales y nacionales transmitían sin descanso los últimos desarrollos del caso. En Times Square, las gigantescas pantallas digitales mostraban titulares impactantes: - **"Escándalo Empresarial: Ricardo Brown, acusado de secuestrar a su esposa Aurora"** - **"Pesadilla en Manhattan: la desgarradora historia de Aurora Brown"** - **"El empresario prófugo: Ricardo Brown y la operación que tiene a Nueva York en vilo"**Los taxis amarillos circulaban por la ciud
Alexander regresó al hospital al caer la noche. La ciudad, siempre vibrante, ahora parecía silenciada por las luces del caos mediático. Cada rincón, desde Times Square hasta las avenidas menos transitadas, estaba impregnado de la noticia de Ricardo Brown y su brutalidad. Pero mientras las multitudes debatían y los periodistas construían teorías, Alexander enfrentaba su propia lucha silenciosa.Atravesó el pasillo, sus pasos firmes resonando contra el suelo de mármol. Sabía que Aurora estaba despierta; la luz tenue en su habitación indicaba que no había logrado descansar. Llevaba horas analizándose, intentando descifrar por qué ella tenía un efecto tan disruptivo en él. No era la primera vez que Alexander había trabajado para proteger a alguien en peligro. Había enfrentado situaciones mucho más violentas, pero Aurora no era como las demás víctimas. Había algo en su fragilidad, en su fortaleza silenciosa, que comenzaba a colarse por las grietas de su profesionalismo.Al llegar a la ha
La madrugada había caído silenciosamente sobre Nueva York, pero en el interior de Alexander, una tormenta rugía con fuerza. No había regresado a casa después de su última conversación con Aurora; en cambio, se quedó en el pequeño despacho del hospital, revisando documentos, redactando informes y sobre todo, buscando alguna manera de racionalizar lo que estaba sintiendo. El sonido de la ciudad se deslizaba a través de la ventana semiabierta, pero no lograba distraerlo del conflicto que latía en su pecho.Aurora había despertado algo en él que no estaba seguro de querer enfrentar. Había pasado tanto tiempo construyendo muros emocionales desde la muerte de su esposa, Lilian, que ahora se sentía indefenso ante la posibilidad de que esos muros comenzaran a agrietarse. Pero, ¿era auténtico lo que sentía por Aurora, o simplemente una ilusión nacida de la responsabilidad y la cercanía que la situación les imponía? Esa pregunta lo carcomía.Se pasó una mano por el rostro, suspirando profunda
La ciudad nunca dormía, pero en ese momento, para Alexander, el mundo parecía congelado en un instante de puro caos. Las palabras de Halcón 2 aún resonaban en su mente como una campanada de alarma imposible de ignorar: *Ricardo ha cambiado de objetivo. Está yendo por Aurora.*El rugido del motor del vehículo en el que viajaba apenas podía competir con la tormenta de pensamientos que invadían su mente. Cada segundo que pasaba era un recordatorio cruel de lo que estaba en juego. Había subestimado a Ricardo, había caído en su trampa, y ahora alguien más podría pagar el precio por su error. Pero lo que más lo consumía era que ese "alguien más" era Aurora. Y aunque no quería admitirlo, la idea de perderla lo desgarraba de una manera que ni siquiera la muerte de Lilian había logrado hacer.—Acelera —ordenó al conductor con una voz que contenía toda la autoridad que pudo reunir. Pero en el fondo, sabía que incluso con toda la velocidad del mundo, podría no ser suficiente.La oscuridad del c