Nervios a flor de piel

—Claudia, no puedes hablar en serio, ¿quieres decir que el señor Ricardo está paralítico desde ahora mismo? —Sabrina, que acababa de ducharse y estaba a punto de irse a dormir, gritó por teléfono. No podía creer lo que acababa de oír.

—Sabri, ése ni siquiera es el problema ahora mismo. Lo que más me preocupa es cómo lo bañaría y lo vestiría ya que no puede usar bien las manos, es...

—¡Ay, Dios mío, Claudia! ¿Vas a bañarlo de verdad?, ¡Lo verás desnudo!

—¡Sabrina! ¡No seas así! Ya demasiada vergüenza siento al pensarlo.

Sabrina estalló en una carcajada incontrolable. Sólo de imaginar la escena de su amiga bañando a aquel hombre tan sorprendentemente guapo se ruborizaba.

—Sabrina, ¿vas a ayudar a una amiga o te vas a reír de mí?

Claudia, que estaba casi echando humo, la regañó enfadada. Ya había comido y se había duchado, y estaba a punto de retirarse a dormir cuando se le ocurrió compartir con Sabrina su situación.

—Analicemos... a ver, veamos... ¿Por qué estabas en su piscina en prime
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