No hagas eso.

Giuseppe despertó lentamente, sintiendo un dolor agudo en el pecho. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que ya no estaba en la sala donde Vittorio le disparó, sino en una habitación de hospital. Intentó levantarse de la cama, pero una voz gruesa y masculina lo interrumpió:

—No hagas eso.

Miró hacia la voz y encontró a Ângelo Messina sentado en una silla, con los codos apoyados y las manos entrelazadas. Giuseppe frunció el ceño, confundido, y preguntó con dificultad:

—¿Qué haces aquí, Messina?

Messina sonrió con cierto cinismo y respondió:

—Vine a ver cómo se está recuperando el hombre que recibió un disparo de Vittorio Amorielle. E

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