LA APARICIÓN

—Felipe, lo siento. No quiero hacerte daño porque quiero que seamos amigos. Lo siento mucho por haberte involucrado en esto y hacer que mi padre te manipulara en esto. Pero después de lo que he oído...— Hice una pausa y le miré fijamente. —Gracias por comprender. Muchas gracias—. Le cogí la mano y se la apreté un momento.

—No hay problema, chico—. Me revolvió el pelo juguetonamente como solía hacer de niño.

Le di una bofetada antes de decirle: —Ahora, lárgate. No quiero que los demás nos vean aquí—. Luego salí del almacén, para volver al trabajo.

—Espera, ¿puedo llevarte a casa más tarde? — Le preguntó.

—¿A casa? Ahora no tengo casa, Felipe. Me echaron del apartamento—. Le dije.

—Entonces, ¿dónde te alojas? —. Felipe enarcó una ceja.

—Ahora mismo me estoy quedando en casa de un amigo—. le contesté.

—¿Y tu marido?

—Está fuera. Trabajando—. Murmuré, manteniéndolo un poco en privado.

—Ah. — Hizo una pausa. —Entonces te estaré esperando más tarde. Me encontrarás fuera de la tienda. Vamos
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