—Ya vi la cicatriz en tu pierna —indicó, después de un rato.—Eso es diferente. Ella estaba segura de que lo que hubiera bajo el parche sería mucho menos turbador que la imagen que conjuraba su mente, pero cedió de inmediato.—Está bien, Juan, no te molestaré más. Él se dio vuelta y la atrajo, frotando su mejilla sana contra la de ella. —Todos necesitamos guardar algo para nosotros, Daniela —la miró—. Estoy seguro de que hay muchas cosas acerca de ti que no sé, aun cuando hayamos hablado sin parar acerca de nosotros durante días, pero creo que cada individuo debe guardar algo para sí… solo para permanecer como individuo. Daniela no estaba convencida de que le gustara lo que escuchaba.— ¿Quieres decir que he sido demasiado extrovertida acerca de cómo me siento por ti?— ¡Dios Todopoderoso, no! —la sacudió con fuerza—. No es eso lo que quise decir. Me fascina tu sinceridad y tu falta de afectación. Tu respuesta hacia mí ha hecho más por mi convalecencia que cualquier cosa que pudier
Raúl se levantó del sofá, tomó el teléfono, llamó al restaurante y solicitó la cena gourmet junto con el Martini. Después se fue al baño y observó con morbo como Gabriela se acariciaba desnuda en su bañera y le preguntó.—¿Ya puliste los detalles de tu plan?—Por supuesto querido, todos está previsto, no te preocupes. Afortunadamente, mi madre es tan ingenua y me ha estado suministrando toda la información que necesito. —luego lo miró con malicia y le dijo— ¡Ah, por cierto! Tengo que decirte algo que quizás no te cause mucha alegría. ¡Te juro que cuando mi madre me lo dijo no podía creerlo!—¿Disfrutas torturándome? ¡Porque no hablas de una vez! —replicó molesto, cruzándose de brazos. Daniela lo observó con deseo, deslizando su mirada por todo su cuerpo. Raúl era un hombre moreno, claro, muy atlético y atractivo que se mantenía en buena forma.—¡Ay! ¡Mi bebé, te ves tan guapo cuando te enojas! Está bien, te lo voy a decir. Resulta que el hombre por el que mi hermana gemela te apartó a
En su lugar había un hombre todavía más moreno, elegante, en un elegante traje, de ojos grises que brillaban bajo su cabello castaño claro, sosteniendo del brazo a una feliz y resplandeciente Marianela. —¡Sorpresa, Dani! —exclamó Marianela y abrió los brazos a su hermana, quien cayó en ellos, abrazándola antes que Nardo Oliveira arrancara a su cuñada de los brazos de su esposa y demandara y recibir su propio beso de saludo. —¡Hola Nardo! ¡Tiempo sin verte! ¡Eres un ingrato! ¿Por qué no nos visitas más a menudo? —Por mi trabajo, lo mismo digo, ¿Por qué tú no has ido a Brasil a conocer nuestra casa? —dijo su cuñado con un marcado acento. —Por la misma excusa que tú, ¡Definitivamente somos unos esclavos del trabajo! —¡Hola tía Dani! ¡Bendición! —exclamó Carine llamando su atención, su sobrina de cinco años que estaba vestida con un hermoso vestido rojo de encajes, un peinado de bucles y zapatos haciendo juego. Con sus hermosos ojos grises y cabello castaño oscuro parecía una hermosa
—¡Oh, por Dios!, Daniela… —lanzó los brazos alrededor de su hermana y la abrazó hasta que salió un poco de su aturdimiento. Los dientes de Daniela empezaron a castañear y un fuerte estremecimiento empezó a recorrerle el cuerpo, mientras Marisela mantenía un continuo flujo de palabras de ánimo al conducirla con suavidad hacia la escalera. Daniela se dio cuenta vagamente que las rodillas le temblaban y sus piernas se negaban a sostenerla. —Lo la… lamento —pronunció con dificultad—. Me siento… rara. —¡Nardo! ¡Papá! —gritó Marisela y su esposo corrió, bajando por los escalones de tres en tres, coincidiendo con los Castillo, quienes acudían desde la sala. — ¡Dios mío! —dijo Nardo, siguiendo las rápidas instrucciones de su suegro, se llevó a la temblorosa chica por la escalera, mientras el doctor iba por su maletín antes de apresurarse al dormitorio que Daniela y Gabriela compartieran cuando eran niñas. —Está en estado de shock —pronunció el doctor, con tono lacónico. ¿Qué diablos pasó
Gabriela con fastidio lo interrumpió.—¡El desfigurado de Daniela se está tardando demasiado! ¿No crees?—El hombre al que le pagué para que lo vigilara es de mi confianza, me envió un mensaje diciéndome que viene por la autopista regional del centro y está a punto de llegar a Maracay. Cuando esté cerca de aquí me avisará.—Eso espero cariño… Debemos estar atentos, porque apenas llegue a Maracay, no faltará mucho para que llegue hasta aquí. Recuerda todo lo que convenimos, todo tiene que pasar tal cual lo planeamos. ****Juan Carlos iba manejando con cuidado, no era fácil manejar con un solo ojo, pero lo había hecho bien durante todo el viaje por la autopista desde Caracas. Sus padres, desde que se mudó a vivir en solitario, siempre habían insistido a que contratara más personal, incluyendo un chofer. Ese era uno de los muchos temas en el que él y su padre Santiago Quintana no lograban ponerse de acuerdo. Para Santiago era un exceso de independencia y locura, que su hijo no contra
Gabriela observó con placer la escena, su ego se elevaba, aunque en realidad no se estuvieran peleando por ella, pero decidió actuar como según ella lo haría su remilgada hermana gemela.—¡Juan Carlos, no por favor! ¡Para ya! —gritó.Juan se detuvo y le gritó.—¡No quieres que le lastime el perfecto rostro de tu amante!Raúl aprovechó su descuido, se puso de pie y le lanzó un par de golpes que Juan esquivó sin problemas, y contraatacó con su puño conectándolo en su costado, y siguió con un gancho a la quijada de Raúl, derribándolo de espalda, sacudiendo la cabeza al caer, pero no se levantó de inmediato.—¡No lo lastimes! —gritó Gabriela, empujando a Juan, luego se volteó hacia Raúl y con fingida preocupación se agachó para revisarlo. Gabriela se levantó, caminó hacia Juan Carlos, y le dio la bofetada más fuerte que le habían dado en toda su vida.—¡¿Qué te pasa, imbécil?! —gritó Gabriela.—¡¿Qué me pasa?! —le gritó a su cara— ¡¿Todavía sigues con el descaro de preguntarme que qué me
Al llegar a su edificio le pagó al taxista y salió del auto tambaleándose. Hasta que llegó a la pared y de no ser por su mano apoyada en el muro se habría caído. Después de varios intentos abrió la puerta de cristal y la cerró. Logró llegar al elevador, y en cuanto entré y presionó el botón del pent-house se quedó mirando hacia el techo del elevador, fijando su atención en un pequeño foco fundido entre tantos que iluminaban los paneles. El mundo parecía dar vueltas alrededor de ese maldito foco.Entró a su hogar y caminé tambaleando hasta dejarse caer de un empujón en su sofá. Se quedó mirando la puerta corrediza cerrada y gruñó, deseando sentir el aire fresco entrar que tanto le relajaba de ese lugar.Le dio otro largo trago a su whisky, y entonces sí sintió el ardor en su garganta. Suspiré aliviado y se quedó viendo el techo de su casa mientras el calor del alcohol recorría sus venas y prendía fuego en su interior.Se masajeó la mejilla que Daniela le abofeteó. Todavía tenía un horm
El restablecimiento de Daniela fue lento y difícil, pero bastante eficiente cuando llegó a casa una tarde y encontró a Marianela y a Nardo preparando la cena sin sus padres, quienes se encontraban plácidamente durmiendo la siesta. Daniela agradeció que Nardo colocara en sus manos un plato de tagliatelli (tallarines) con salsa y carne cocinado en el horno de microondas. De repente sonó el timbre y Marianela fue a abrir la puerta, al regresar le dijo. —Dani te busca un caballero — Marianela al ver el gesto de angustia de su hermana se apresuró a decir — Es tu amigo Raúl. Daniela experimentó alivio y decepción a la vez. —Dile que estoy ocupada… —Pero me dijo que no aceptaría un no por respuesta. Nardo intervino. —¿Quieres que hable con él? Si no quieres verlo, no estás obligada a hacerlo. Daniela suspiró con resignación y tratando de sonreír le respondió. —Tranquilo cuñado, yo hablaré con él no pasa nada. Daniela se dirigió a la sala principal y encontró a Raúl de espalda observ