El pulgar de Zaid se deslizó lentamente sobre la piel de Jordan, con la misma fascinación que un depredador siente al contemplar a su presa herida.—Pero ¿sabes qué? —prosiguió, girando su cabeza hacia Reinhardt sin perder la sonrisa—. Ahora te has convertido en un problema, porque no te lo voy a entregar. Por otro lado, tampoco estamos en posición de comenzar un enfrentamiento, Reinhardt. Así que sé inteligente y déjanos en paz.—Estás en mi terreno, Zaid. Aquí, yo decido cómo se hacen las cosas.Zaid extendió la comisura de sus labios, esbozando una sonrisa retorcida, aquella que parecía pegada a su piel como una máscara macabra. Sus pupilas se movían con cautela, escaneando cada rincón del lugar, calculando todas las posibles salidas. No era un hombre que actuara sin pensar en las consecuencias, no cuando su vida estaba en juego. Sabía que se encontraba en el territorio de Reinhardt y que enfrentarlo de manera directa sería un suicidio.Pero, si había tan solo una oportunidad de he
—¿Un candidato antimafia que busca tu ayuda, es decir, la ayuda de un mafioso, para erradicar el crimen organizado? —la voz de Reinhardt tenía un matiz burlón, como si la sola idea le pareciera un chiste absurdo—. No me hagas reír.—El fin justifica los medios, Reinhardt.—No me interesa —cortó él con frialdad, como si las palabras de su enemigo fueran aire—. Nada de lo que digas hará que retroceda, ni que te deje llevarte a Jordan.—¿Vas a arriesgar todo lo que has construido por un simple campesino?—Ese no es tu problema. Solo suéltalo y vete.El aire se tensó como una cuerda a punto de romperse. Zaid no era de los que retrocedían sin pelear, y Reinhardt lo sabía. Hubo un instante de absoluto silencio, un solo parpadeo en el que la decisión fue tomada.Zaid movió su mano hacia la funda de su pistola, con la intención de apuntarla hacia Reinhardt y dispararle en cualquier parte del cuerpo, no importaba dónde fuera con tal de herirlo.Sin embargo, antes de que pudiera encañonarlo, Rei
Zaid estaba convencido de que, si Reinhardt descubría la verdad sobre Jordan, no dudaría en matarla. De hecho, le divertía imaginar la escena, el momento exacto en que el mafioso se diera cuenta de que el "chico" que tenía bajo su control no era más que una mujer disfrazada. Sin embargo, también asumía que el desenlace sería fatal para ella. Reinhardt no perdonaría una mentira de ese calibre.Pero Zaid no estaba dispuesto a permitir que las cosas llegaran a ese punto. No quería que Reinhardt le arrebatara su juguete, mucho menos que decidiera su destino. Si Jordan pretendía escapar de él, si intentaba huir de sus garras, entonces prefería acabar con su vida él mismo antes de verla en manos de su peor enemigo.—Dime, Isabella, ¿de verdad prefieres estar con él? ¿Prefieres a ese maldito imbécil antes que a mí? —cuestionó.Jordan sintió una repulsión visceral subirle por la garganta. Su cuerpo entero temblaba, no solo de rabia, sino también de miedo. Y entonces, sin pensarlo dos veces, h
Jordan se aferró a Reinhardt con sus dedos crispándose en la tela de su ropa mientras su pecho subía y bajaba en un ritmo irregular. Su respiración era un caos, experimentando jadeos entrecortados mezclados con temblores que no podía controlar. Sentía que su cuerpo entero seguía atrapado en aquel momento de horror, que la sombra de Zaid aún lo envolvía, asfixiándolo, torturándolo con cada recuerdo reciente.Todo había sucedido tan rápido: el hombre desangrándose en el suelo, la presión de la mano de Zaid en la herida abierta, la nauseabunda sensación de la sangre caliente en su boca, el hedor metálico impregnando su piel. Y después... el dedo cercenado. Solo pensar en ello hizo que un sudor frío le empapara la espalda.Pero ahora estaba aquí.Por fin, después de un abismo de terror, podía respirar aire fresco. El olor penetrante de la sangre y la podredumbre que envolvía a Zaid ya no estaba. En su lugar, el perfume de Reinhardt lo rodeaba, un aroma fuerte y amaderado que, contra toda
Reinhardt miró fijamente a Jordan, para luego expresar su perspectiva.—Es mejor que te teman a que te respeten —soltó con convicción.—¿Tanto ansías que te tengan miedo? —inquirió, sin poder ocultar su desconcierto—. ¿Por qué?—Porque el miedo es mucho más difícil de quebrar que el respeto —alegó con voz serena, casi como si estuviera explicando un principio universal—. La gente pierde el respeto con demasiada facilidad. A veces sin siquiera una razón válida. Un mal rumor, un momento de debilidad, una palabra fuera de lugar… y, de pronto, aquellos que decían admirarte te ven como alguien prescindible, como alguien a quien pueden ignorar o, peor aún, como alguien a quien pueden desafiar.Se inclinó ligeramente hacia Jordan, observándolo con una intensidad casi sofocante.—Tú eres un ejemplo perfecto de eso. No me respetas en absoluto. Me desobedeces constantemente, ignoras mis órdenes y haces lo que se te da la gana sin el menor temor a las consecuencias.Jordan hizo una mueca, intenta
Isabella había pasado gran parte de su vida en el campo, lejos del bullicio de las ciudades, adaptándose a una existencia sencilla pero laboriosa. Sus primeros años de independencia, tras dejar el orfanato a los dieciocho, los vivió en una granja, donde una familia la acogió y le ofreció techo y comida a cambio de su trabajo.La familia que la recibió estaba conformada por un matrimonio mayor y su hijo, un joven que tenía aproximadamente su edad. Eran personas de buen corazón, acostumbradas a la vida rural, y aunque le daban cobijo y alimento, el trabajo en la granja no era fácil. Isabella se encargaba de tareas que exigían esfuerzo físico: alimentar a los animales, limpiar los establos, ordeñar las vacas al amanecer y asistir en la cosecha de algunos productos que la familia cultivaba para su consumo y para vender en el mercado local.Los días en la granja comenzaban antes de que saliera el sol. El frío del alba calaba los huesos, y el aroma de la tierra húmeda se mezclaba con el can
Blanca exhaló aire transmitiendo cierta preocupación, pero siempre mirándola con cariño.—Ojalá hubieras podido seguir estudiando en vez de trabajar tanto.Isabella bajó la mirada por un momento, pero luego sonrió con resignación.—Es la vida que me tocó, Blanquita. Tal vez algún día pueda ir a la ciudad y estudiar algo… pero por ahora, debo quedarme aquí y seguir ahorrando.—Sabes que esta casa siempre será tuya —le aseguró Blanca—. Si en algún momento decides regresar, estaremos aquí para ti.—Lo sé —susurró Isabella, agradecida.Pasó la mañana junto a Blanca y su esposo, compartiendo recuerdos y risas entre el aroma del café recién hecho y el crujir de la leña en la chimenea. En un momento, preguntó por Alexis, el hijo de la pareja, con quien había compartido muchas jornadas de trabajo en la granja.—Salió temprano, pero seguro le encantará saber que viniste —expuso Blanca—. ¿Por qué no te quedas un rato más?—Me encantaría, pero quería pasar por el río antes de regresar —respondió
La joven dejó escapar un suspiro silencioso y esbozó una sonrisa dulce. Alexis tenía apenas dieciocho años, tres menos que ella. Era un muchacho atractivo, sin duda alguna, pero lo que más resaltaba de él era su carácter. Era educado, respetuoso, siempre cortés en su trato con los demás. Un joven trabajador, inteligente, servicial. Un buen hombre, sin lugar a dudas, alguien con un futuro prometedor.—Alexis… —pronunció ella con suavidad, intentando elegir con cuidado sus palabras—. No pienses en eso ahora. Eres muy joven, tienes toda una vida por delante.Su voz era cálida, pero había en ella una nota de preocupación. No quería desilusionarlo, pero tampoco deseaba que él sacrificara su juventud por un sueño construido sobre la emoción del momento.—Una vez que alguien se casa, las cosas cambian. El matrimonio no es solo una promesa, es una responsabilidad, y no quiero que tomes una decisión de la que puedas arrepentirte. Deberías disfrutar de tu libertad, escalar alto, construir tu ca