Connor parecía haber perdido todo rastro de tranquilidad desde que había salido de aquel reservado. No se inmutó ni siquiera cuando Gerry Kent, el dueño del local, les hizo traer un par de chicas de regalo.
Sus cinco sentidos estaban puestos en encontrar a su rubia peligrosa. Pero su sexto sentido, ese que lo metía y lo sacaba de los problemas, le decía que algo más estaba sucediendo.
Se despidió de Jake y se dirigió a su auto, saliendo como siempre por el sótano del edificio hacia el estacionamiento. Pero a medio camino un grito entre los autos lo hizo detenerse.
Sabía lo que se jugaba como abogado si se veía enredado en un escándalo en un club nocturno, así que siguió su primer instinto: llamar a Jake y gritar mientras lo hacía como si llamara a la policía.
Estaba seguro de que eso era suficiente para espantar al agresor. Vio una cabeza que se levantaba sobre los autos y un hombre que echaba a correr. Intentó seguirlo, pero un gemido lleno de llanto lo hizo girar la mirada, consternado, para encontrarse con el cuerpo de su muchacha tirado detrás de un coche.
Se acercó a ella corriendo y le dio la vuelta para revisarla.
—¡Por Dios! —bramó pensando en cuánto la habían lastimado en los pocos minutos que la había tenido fuera de su vista.
Ya tenía la línea de la mandíbula de un color morado oscuro, y un corte sobre la ceja izquierda. Un hilo de sangre le corría desde las comisuras de los labios, y perdió el conocimiento en contados segundos. Con razón estaba escapando de… quien fuera.
Connor no midió sus impulsos, la levantó en brazos y la llevó hasta el auto, donde el estúpido de su chofer escuchaba música a todo volumen en unos audífonos.
—¡Al hospital más cercano! ¡Apúrate! —le gritó enojado.
Tardaron poco en llegar, y en todo el camino Connor no paró de hacer llamadas hasta localizar a un médico amigo suyo que la recibió en Urgencias. El doctor le hizo una revisión rápida y mandó a hacer los exámenes pertinentes, pero su cara de preocupación le encogió el corazón a Connor.
—Alan, ¡dime que va a estar bien! —le pidió.
—Eso espero, pero… realmente hay que esperar los resultados de los exámenes. No me gustan nada esas marcas sobre las costillas, es probable que tenga alguna fracturada.
Connor asintió, mesándose los cabellos. No tenía idea de por qué estaba tan afectado por lo que le hubiera pasado a la chica, pero no podía evitarlo.
—Dame media hora y estaré de regreso con respuestas —le pidió el médico y lo vio asentir con impotencia.
—Está bien…
Un león en una jaula hubiera estado más tranquilo que Connor en aquella sala de espera. Y esa media hora se convirtió en el tiempo más horriblemente lento de su vida. Finalmente Alan salió con el expediente médico.
—Dime que al menos sabes cómo se llama —suspiró con cansancio—. ¿La conoces?
—No, escuché gritos y la encontré tirada en un estacionamiento, así que la traje de inmediato. ¿Por qué? —se preocupó Connor.
—¿El estacionamiento de dónde, exactamente?
Alan lo vio dudar un minuto pero la confidencialidad en aquella relación iba en ambos sentidos.
—En el estacionamiento del Spectrum.
—¡Podías haber invitado! —se quejó Alan antes de seguir—. La cuestión es que no tiene ninguna identificación, y ella se niega a hablar, así que no sabemos si es menor de edad o no.
—Los dos conocemos perfectamente a Gerry Kent —dijo Connor, encogiéndose de hombros—. El tipo respeta demasiado su negocio como para contratar a chicas menores de edad que puedan jodérselo. Además es mi cliente, ese pequeño detalle hubiera saltado a la vista.
—Entonces tiene más de dieciocho —murmuró el doctor, anotándolo todo porque confiaba ciegamente en el abogado.
—¿Ella está bien? —preguntó Connor con impaciencia.
—No, no está bien, fue una suerte que la encontraras. Alguien la golpeó y trató de violarla —dijo el médico con un gesto de asco—. Al parecer los interrumpiste y el tipo la dejó tirada ahí.
—Pero… ¿la lastimaron? Digo… ¿la violaron? —preguntó Connor sintiendo cómo la rabia lo gobernaba.
—Por fortuna no, la ginecóloga le hizo el examen de agresión y sigue siendo tan virgen como cuando nació —respondió el médico y Connor se quedó pensativo.
—¿Virgen? —Aquello impactó más a Connor que el golpe de un boxeador. ¿Cómo podía su chica mega sexy, traviesa y atrevida ser virgen?—. ¡Gerry jamás ha contratado mujeres vírgenes para el Spectrum!
Y de repente le llegaron a la mente las palabras de la muchacha: «Te estás confundiendo… Yo no soy una chica del Spectrum».
—De cualquier manera debo informar a la policía —le avisó Alan sacándolo de sus pensamientos—. Fue una agresión grave. La chica tiene una costilla fracturada, no puede valerse por sí misma y…
—¿Qué? —se asustó Connor.
—Escucha, eres un excelente abogado y has visto lo mejor y lo peor. Sabes que hay heridas que no se ven, y por eso no asustan, pero terminan siendo mucho peores. Esta chica… creo que está en una situación delicada. Así que decidí llamar a la policía. Si esto puede afectarte en algo, es mejor que te vayas ahora.
Connor comprendía su posición como médico y como ser humano, pero como abogado tenía una opinión muy diferente.
—La policía, ahora, solo empeoraría las cosas —le dijo—. No puedes forzar a levantar cargos por agresión a una persona que ni siquiera está dispuesta a decirte su nombre.
—¿Entonces qué se supone que haga?
Alan no estaba acostumbrado a quedarse de brazos cruzados ante la injusticia.
—Dame un minuto con ella. Déjame averiguar qué es lo que quiere —le pidió y el médico accedió, indicándole el número de su habitación.
El despacho de Connor representaba al Spectrum, tenía que saber cuánto de lo que había pasado con la muchacha podía afectarlo. O al menos esa le parecía una buena justificación para acercarse a ella.
Pero en cuando abrió la puerta de la habitación su cerebro se bloqueó. La chica estaba de pie, sacándose penosamente la bata de hospital, y se quedó paralizada frente a él.
Tenía la piel blanquísima, como de porcelana. Los pechos pequeños y turgentes. Las caderas delicadas y el trasero redondeado y perfecto. Exactamente todo lo que había tocado y adorado, estaba ahora ante su vista, manchado con un largo cardenal violáceo sobre las costillas.
—¡Maldición! —gruñó Connor girando la cabeza para no mirarla mientras ella terminaba de vestirse—. ¿Qué crees que estás haciendo?
—Me voy de aquí… —murmuró Virginia con debilidad.
—¿Estás loca? ¡No puedes irte! ¡Apenas puedes mantenerte de pie!
Y como si aquello fuera una sentencia las rodillas de la muchacha fallaron. Connor se lanzó a sostenerla y la pegó a su cuerpo mientras la sentaba en la cama.
—Por favor, déjame… —murmuró ella rechazándolo con debilidad.
—Niña, la policía viene en camino. Yo soy abogado, te puedo ayudar a hacer la denuncia…
La escuchó reír con cansancio y cuando aquellos ojos de un azul clarísimo se levantaron hacia él, Connor sintió que se le aflojaba hasta el cinturón.
—No…
—Al menos dime cómo te llamas.
—No…
—¡Tienes que dejarte ayudar! —exclamó Connor sin poder controlar la impotencia que le causaba verla herida.
—Por favor… —susurró Virginia mientras las lágrimas comenzaban a rodarle por las mejillas. Por fin era dolorosamente consciente de todo lo que había sucedido, de lo que había estado a punto de pasarle, del horror al que había sobrevivido—. Déjame… Te lo suplico, deja que me vaya…
Connor se quedó mirando aquellos pequeños labios temblorosos y sintió que se estremecía.
—Lo siento… no puedo.
Virginia intentó ponerse de pie y se le escapó un gesto de dolor, pero Connor se dio cuenta de que su fuerza de voluntad era más fuerte que todo.—Vamos —dijo pasando un brazo decidido a su alrededor y llevándola a la salida.—¿A… a dónde…? —balbuceó Virginia, nerviosa.—A algún lugar donde seas capaz de hablar. A mi casa.Virginia se soltó de su agarre y se apoyó en la puerta negando con vehemencia.—¡Claro que no…! No te conozco… tú…—Me llamo Connor Sheffield, soy uno de los abogados más respetados de esta ciudad y no voy a lastimarte. Si me dices tu nombre y me das tu dirección, yo mismo te dejaré en la puerta de tu casa y le explicaré a tus padres lo que te sucedió.Virginia miró al suelo mientras
Virginia arrugó el ceño cuando escuchó aquellas palabras.—¿Quedarme? ¿Aquí, en tu casa…? ¿Cómo…? —lo que realmente quería preguntar era «por qué», pero no sabía cómo expresar su sorpresa.—Como mi acompañante. Quiero que te quedes como mi acompañante.Connor la vio apretar los labios y pasar saliva.—Creo que se confundió, señor abogado. No soy una put@, no pertenezco al Spectrum y no estoy a la venta… —siseó ella, molesta— …al menos no todavía.Connor sonrió porque todavía tenía fuerzas para ser combativa a pesar de todo, y porque le gustaba aquello de que no tuviera filtro.—Sé que no perteneces al club y sé que eres virgen, Baby —dijo y la vio asombrarse y son
Virginia se miró de arriba abajo. Un pijama que le quedaba absurdamente grande no era la mejor ropa para recibir visitas, pero la verdad era que no tenía otra. Había dormido con un sueño pesado e intranquilo, y le había costado comer algo al levantarse. Y ahora recibir a alguien no era lo ideal…—No te preocupes, Baby —la tranquilizó Connor—. Mi diseñadora es una bella persona, y se entusiasmó mucho cuando le hablé de ti.Virginia asintió y se arregló tanto como pudo para esperar a la señora Bennet. Se sorprendió al saber que no tenía nada de «señora» en su carácter. Era divertida y jovial y la abrazó con suavidad, sin hacer un solo gesto que denotara que sabía lo que le había pasado.—Mi niña, ¡eres una belleza! —la saludó Valeria.
Virginia suspiró con alivio en el mismo segundo en que se sentó en aquel vuelo privado. Connor tenía la cabeza perdida entre decenas de documentos, exactamente como había estado la última semana, pero ella ni lo interrumpía ni preguntaba.Su contrato era claro: Básicamente él quería que ella estuviera presente cuando la necesitara, y que no lo agobiara demasiado. Y ella pretendía cumplirlo al pie de la letra.Algunas horas después, cuando entraban al departamento del edificio 180 East en Manhattan, Virginia comprendió que su vida daría un vuelco radical.—¿Estás bien, Baby? —preguntó Connor llegando junto a ella, que miraba la ciudad por el enorme cristal.—Estoy en una ciudad que no conozco, con un hombre extraño…—Y aun así te sientes más segura que nunca &m
A Virginia casi le dolió físicamente aquella preocupación en el rostro de Connor cuando supo que se habían quedado sin salón de eventos a menos de dos días de la Gala.—No puede ser imposible conseguir otro salón —lo animó Virginia.—No es imposible, Baby, pero esto es Nueva York y tenemos muy poco tiempo. Será una pesadilla conseguir algo a la altura. No es cualquier evento el que vamos a hacer, es el lanzamiento de un nuevo despacho. ¿Tienes idea de cuánta gente importante invitamos?—Tengo la idea exacta, acabo de confirmar con jueces, senadores y celebridades —suspiró Virginia—. Pero algo tiene que aparecer, no te desanimes, por favor. Voy a empezar a hacer llamadas ahora mismo.Connor intentó sonreírle pero se notaba que aquel era un inconveniente que no había previsto. La muchacha pa
Connor quería interpretar aquello a su favor, en serio quería, pero el tiempo le jugaba en contra.Pasaron la mitad de esa noche preparando el cambio, y al otro día apenas vio a Baby, porque estuvo llamando a todos los invitados para confirmar con ellos el cambio del lugar de la Gala.—Baby, ¿puedes confirmar la asistencia con los abogados, por favor? Y llama a Jake también —le pidió Connor y Virginia mandó un memorándum urgente a todas las asistentes del despacho. Habló con Jacob Lieberman y luego fue por su acostumbrado café a la salita de descanso.Adentro escuchó voces de personas que no le agradaban, pero Connor tenía razón, evitar las confrontaciones no era la solución, así que entró libremente, encontrándose a Mara y a Irene, otra de las asistentes. Las dos la miraron con incomodidad, pero ella les
Virginia vio la expresión cansada de Connor y no le pasó por la cabeza el contrato ni una sola vez, solo pensó en que la necesitaba y que ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por él.Se acercó a Connor y a la mujer que tan incómodo lo tenía, y se colgó del brazo del abogado con una sonrisa.—Les ofrezco una disculpa —dijo con mucha educación—, pero al Director Pierson le urge hablar con el señor Sheffield por un momento. ¿Señor Sheffield, sería tan amable de acompañarme?—¿Y para qué quiero tus disculpas? —preguntó la mujer levantando la barbilla con arrogancia—. Estás interrumpiendo una conversación importante. ¿No te diste cuenta de eso?Virginia se tensó, pero Connor puso una mano sobre la suya para calmarla.—No se
Aquel evento había sido un éxito, Virginia lo sabía. Como también sabía que no había hecho nada malo, así que aquel humor de perros que Connor tenía no era su culpa. La llevó hasta el coche y le abrió la puerta sin mirarla. Ella se subió con toda la dignidad que pudo reunir sin reírse y lo vio despedir al chofer para sentarse él mismo al volante. No se dijeron ni una sola palabra, pero apenas llegaron a la casa, Connor se convirtió en un huracán que tiraba puertas y lanzaba la corbata y el saco a cualquier lugar. Virginia se sentó en el sofá de la sala, sacándose la horquilla que le mantenía el largo cabello recogido, y lo dejó caer sobre su pecho. Cruzó las piernas y se quedó mirándolo con tranquilidad mientras esperaba a que se desahogara, pero Connor se dio la vuelta de repente y se quedó mirándola. —¿Qué? —preguntó arrugando el ceño. —En nuestro contrato dice que debo soportar tu mal humor —dijo Virginia con suavidad—