Virginia arrugó el ceño cuando escuchó aquellas palabras.
—¿Quedarme? ¿Aquí, en tu casa…? ¿Cómo…? —lo que realmente quería preguntar era «por qué», pero no sabía cómo expresar su sorpresa.
—Como mi acompañante. Quiero que te quedes como mi acompañante.
Connor la vio apretar los labios y pasar saliva.
—Creo que se confundió, señor abogado. No soy una put@, no pertenezco al Spectrum y no estoy a la venta… —siseó ella, molesta— …al menos no todavía.
Connor sonrió porque todavía tenía fuerzas para ser combativa a pesar de todo, y porque le gustaba aquello de que no tuviera filtro.
—Sé que no perteneces al club y sé que eres virgen, Baby —dijo y la vio asombrarse y sonrojarse a la misma vez—. Pero creo que tus palabras y el pensamiento detrás de ellas es correcto: «Al menos no todavía». Todavía, a pesar de lo que has pasado, puedes decir que eres tu dueña. Y lo único que quiero es ayudarte a que eso se mantenga así.
La muchacha se incorporó sobre la cama con un gesto penoso y Connor la ayudó a terminar de sentarse.
—¿Me vas a hacer una propuesta menos indecorosa que ser otra chica del Spectrum? —le preguntó y Connor no pudo evitar reír.
—No, Baby. De hecho no es nada indecorosa mi propuesta… creo.
Virginia respiró tan profundamente como el dolor se lo permitía y luego asintió.
—Bien, dispara.
—Bueno… en diez días me iré a Nueva York. Voy a abrir allá una sucursal de Sheffield & Lieberman —le explicó Connor—. Me iré al menos tres meses, aunque espero que sean más. Y me gustaría que te fueras conmigo, para hacerme compañía.
—¿Qué clase de compañía? —preguntó Virginia desconfiada.
—Pues no sé, solo… compañía. No puedo llevarme a Liotta, ella tiene a su familia aquí, y yo…
—¿Quieres que sea tu ama de llaves?
—¡No! No es eso, quiero decir…
—¿Siempre eres tan nervioso? —Virginia no pudo evitar reírse y Connor se detuvo, embobado con aquel sonido.
—Te odio —le dijo, riendo también—. No soy un hombre nervioso, defiendo casos delante de un tribunal todo el tiempo, pero tú… Supongo que eres muy chica y me da algo de sana vergüenza decir lo que quiero.
Virginia asintió, comprendiendo.
—¿Quieres que sea tu amante?
Connor se sonrojó. ¿Qué demonios le estaba pasando?
—No es la idea original.
—Pero no te opones.
—¡Demonios, Baby! ¿Alguna vez piensas antes de hablar? —exclamó él.
—No, a menos que quieras que sea otra de las mojigatas mentirosas con las que te acuestas en el Spectrum.
Connor se echó hacia atrás en su silla y se quedó mirándola como si fuera una criatura mítica y no pudiera creer que existiera de verdad.
—OK. Vamos a ser claros, entonces —accedió—. No quiero estar solo en Nueva York, pero tampoco quiero una mujer que me esté martirizando porque necesita atención. Quiero que vayas conmigo a Nueva York, que vivas conmigo, que cenes conmigo, que me acompañes a los eventos, que me soportes cuando estoy de mal humor. Quiero que estés presente cuando te necesite.
—¿Presente en tu cama?
—Presente en mi vida. Donde quieras dormir ya es asunto tuyo, pero no voy a exigirte que seas mi amante —aclaró—. Si quiero satisfacción sexual soy perfectamente capaz de conseguírmela sin obligar a nadie.
Virginia pestañeó un par de veces, pensativa, y se abrazó el cuerpo. En eso tenía razón, no dudaba que hubiera más de una mujer que quisiera meterse en la cama de Connor Sheffield voluntariamente. Era un hombre muy atractivo, y tenía ese extraño magnetismo que emanaba de los hombres poderosos.
—Entonces… solo quieres que viva contigo, que te acompañe, pero no tengo que acostarme contigo si no quiero, ¿es así?
—Exactamente así. Yo quiero que me acompañes y tú no tienes a dónde ir. —Connor se encogió de hombros—. Creo que algunos meses lejos de aquí nos vendrían bien a los dos, Baby.
Virginia asintió, si hubiera podido alejarse lo habría hecho desde hacía mucho tiempo. Quizás aquella era la única oportunidad que tendría.
—Está bien, pero tengo mis condiciones —murmuró Virginia—. Hay… cosas que necesito.
—Sí, no te preocupes. Sacaré una tarjeta de crédito adicional para ti. Tendrás ropa, zapato, joyas, todo lo que quieras puedo comprarlo para ti… También te daré dinero cuando lo necesites o te compraré… no sé, lo que quieras que te compre… Creo que hay un nombre para eso —rio Connor con nerviosismo—. Supongo que seré tu «Sugar daddy» o algo así. Te pagaré a cambio de tu compañía, firmaremos un contrato con las condiciones. La cosa es que podrás disponer de lo que…
—Estás siendo un idiota —lo interrumpió Virginia y Connor pudo ver la seriedad y la dignidad en sus ojos—. Mis condiciones no son dinero. Obviamente necesito ropa porque no voy a andar desnuda por tres meses, pero no necesito cosas caras, ni joyas ni tarjetas, ni nada de eso.
Connor se mordió el labio inferior. Sí que era dura la muchachita.
—OK. ¿Entonces cuáles son tus condiciones, Baby? —le preguntó con suavidad.
Virginia lo pensó por un segundo. Connor Sheffield era uno de los abogados más poderosos del país, había escuchado hablar de él muchas veces y sabía de lo que era capaz. Tal vez, y solo tal vez, estar bajo su sombra la ayudaría por fin a conseguir esa justicia que había ansiado por tantos años.
—Quiero trabajar —dijo con determinación—. Es mi primera condición.
A Connor le sorprendió un poco que, teniendo la opción de que la mantuvieran cómodamente, Baby eligiera ganarse el sustento.
—¿En qué quieres trabajar?
—Contigo, puedo ser tu asistente. Soy buena con los idiomas y las computadoras y soy… soy habilidosa, aprendo rápido —le aseguró Virginia—. He sido bien educada.
Connor levantó una ceja, eso se notaba a la legua.
—Podemos hacer eso —consintió. De cualquier forma no podría llevarse a su asistente actual, y algo le decía que Baby no lo decepcionaría—. ¿Algo más?
—Sí… quiero que no me preguntes sobre mí. Y a cambio yo no te preguntaré sobre ti —le ofreció Virginia.
Era una buena forma de mantener la distancia entre los dos.
—Puedo aceptar eso siempre y cuándo no te busque la policía —dijo Connor.
—No te preocupes, no me buscan —suspiró Virginia, no podía decirle que quienes la buscaban eran peores que la policía.
—Bien. ¿Alguna otra cosa?
Virginia lo miró a los ojos.
—Me gustaría saber por qué. Y esa es la única pregunta personal que te haré.
—¿Por qué qué, Baby? —preguntó Connor sin comprenderla.
—Bueno, eres un abogado importante, tienes dinero —murmuró Virginia—. Eres muy atractivo, besas como dios… —Connor rio recordándolo—. Y pareces buena persona. ¿Por qué querrías convertirte en un… sugar daddy? Estoy segura de que las mujeres hacen fila en la puerta de tu despacho.
Connor asintió, entendiendo a qué se refería.
—No aceptaré ni negaré la fila de mujeres… Pero si soy un abogado importante es porque pongo mi trabajo antes que todo, incluyendo las relaciones personales —confesó—. No tengo tiempo para enamorarme, para tener una novia o cualquier tipo de relación formal. Y tampoco tengo la tolerancia que hace falta para soportar que me controlen o demanden mi atención.
—Entonces esto es más fácil para ti —comprendió Virginia—. Sin ataduras, sin compromisos, solo un contrato en medio de los dos.
—Así es. Sin drama —añadió Connor y la vio reír con cansancio.
—¿Entonces por qué yo? ¿No me has visto bien? Soy un drama sobre dos piernas.
—¡Dos piernas hermosas!
—¿Por qué yo? —insistió Virginia.
—Por eso, porque eres directa, porque no tienes filtro, porque eres realista y mucho más madura de lo que dejas ver.
—¿Solo por eso? —casi había un poquito de decepción en su voz y Connor sonrió.
—No… también porque me fascinas… y sé que voy a disfrutar la anticipación.
Virginia se miró de arriba abajo. Un pijama que le quedaba absurdamente grande no era la mejor ropa para recibir visitas, pero la verdad era que no tenía otra. Había dormido con un sueño pesado e intranquilo, y le había costado comer algo al levantarse. Y ahora recibir a alguien no era lo ideal…—No te preocupes, Baby —la tranquilizó Connor—. Mi diseñadora es una bella persona, y se entusiasmó mucho cuando le hablé de ti.Virginia asintió y se arregló tanto como pudo para esperar a la señora Bennet. Se sorprendió al saber que no tenía nada de «señora» en su carácter. Era divertida y jovial y la abrazó con suavidad, sin hacer un solo gesto que denotara que sabía lo que le había pasado.—Mi niña, ¡eres una belleza! —la saludó Valeria.
Virginia suspiró con alivio en el mismo segundo en que se sentó en aquel vuelo privado. Connor tenía la cabeza perdida entre decenas de documentos, exactamente como había estado la última semana, pero ella ni lo interrumpía ni preguntaba.Su contrato era claro: Básicamente él quería que ella estuviera presente cuando la necesitara, y que no lo agobiara demasiado. Y ella pretendía cumplirlo al pie de la letra.Algunas horas después, cuando entraban al departamento del edificio 180 East en Manhattan, Virginia comprendió que su vida daría un vuelco radical.—¿Estás bien, Baby? —preguntó Connor llegando junto a ella, que miraba la ciudad por el enorme cristal.—Estoy en una ciudad que no conozco, con un hombre extraño…—Y aun así te sientes más segura que nunca &m
A Virginia casi le dolió físicamente aquella preocupación en el rostro de Connor cuando supo que se habían quedado sin salón de eventos a menos de dos días de la Gala.—No puede ser imposible conseguir otro salón —lo animó Virginia.—No es imposible, Baby, pero esto es Nueva York y tenemos muy poco tiempo. Será una pesadilla conseguir algo a la altura. No es cualquier evento el que vamos a hacer, es el lanzamiento de un nuevo despacho. ¿Tienes idea de cuánta gente importante invitamos?—Tengo la idea exacta, acabo de confirmar con jueces, senadores y celebridades —suspiró Virginia—. Pero algo tiene que aparecer, no te desanimes, por favor. Voy a empezar a hacer llamadas ahora mismo.Connor intentó sonreírle pero se notaba que aquel era un inconveniente que no había previsto. La muchacha pa
Connor quería interpretar aquello a su favor, en serio quería, pero el tiempo le jugaba en contra.Pasaron la mitad de esa noche preparando el cambio, y al otro día apenas vio a Baby, porque estuvo llamando a todos los invitados para confirmar con ellos el cambio del lugar de la Gala.—Baby, ¿puedes confirmar la asistencia con los abogados, por favor? Y llama a Jake también —le pidió Connor y Virginia mandó un memorándum urgente a todas las asistentes del despacho. Habló con Jacob Lieberman y luego fue por su acostumbrado café a la salita de descanso.Adentro escuchó voces de personas que no le agradaban, pero Connor tenía razón, evitar las confrontaciones no era la solución, así que entró libremente, encontrándose a Mara y a Irene, otra de las asistentes. Las dos la miraron con incomodidad, pero ella les
Virginia vio la expresión cansada de Connor y no le pasó por la cabeza el contrato ni una sola vez, solo pensó en que la necesitaba y que ella estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por él.Se acercó a Connor y a la mujer que tan incómodo lo tenía, y se colgó del brazo del abogado con una sonrisa.—Les ofrezco una disculpa —dijo con mucha educación—, pero al Director Pierson le urge hablar con el señor Sheffield por un momento. ¿Señor Sheffield, sería tan amable de acompañarme?—¿Y para qué quiero tus disculpas? —preguntó la mujer levantando la barbilla con arrogancia—. Estás interrumpiendo una conversación importante. ¿No te diste cuenta de eso?Virginia se tensó, pero Connor puso una mano sobre la suya para calmarla.—No se
Aquel evento había sido un éxito, Virginia lo sabía. Como también sabía que no había hecho nada malo, así que aquel humor de perros que Connor tenía no era su culpa. La llevó hasta el coche y le abrió la puerta sin mirarla. Ella se subió con toda la dignidad que pudo reunir sin reírse y lo vio despedir al chofer para sentarse él mismo al volante. No se dijeron ni una sola palabra, pero apenas llegaron a la casa, Connor se convirtió en un huracán que tiraba puertas y lanzaba la corbata y el saco a cualquier lugar. Virginia se sentó en el sofá de la sala, sacándose la horquilla que le mantenía el largo cabello recogido, y lo dejó caer sobre su pecho. Cruzó las piernas y se quedó mirándolo con tranquilidad mientras esperaba a que se desahogara, pero Connor se dio la vuelta de repente y se quedó mirándola. —¿Qué? —preguntó arrugando el ceño. —En nuestro contrato dice que debo soportar tu mal humor —dijo Virginia con suavidad—
Era una pregunta terrible, especialmente cuando Virginia tenía el cerebro dopado por el placer. Sentía que su cuerpo podía fundirse con el de Connor si seguían calentándose de aquella manera. Aquellos dedos que se colaron dentro de su braga le erizaron la piel y Connor tomó posesión de su boca en el momento justo en que presionaba aquel punto sensible, haciéndola dar un respingo. —¡Dios…! —exclamó mientras sus piernas cedían y él la mantenía prisionera entre su cuerpo y la pared para que no se cayera. —No, Connor Sheffield —rio él y Virginia pegó en el brazo. —Tarad… ¡aaaah! —se le escapó un gemido cuando Connor presionó suavemente sobre su sexo y se aferró a sus hombros como si fuera lo único que le impidiera desvanecerse. Pegó la cabeza a la pared y tragó en seco cuando él comenzó a masajear suavemente aquel lugar, haciéndola estremecerse a cada segundo. Su respiración se hizo pesada mientras sus dedos se cerraban sobre la camisa de Connor,
CAPÍTULO 13Connor suspiró mientras veía a Virginia como una hormiguita loca detrás de su escritorio. Estaba ansiosa, podía notarlo, pero todo aquello desapareció cuando un muchacho que no debía tener más de veinte o veintiún años llegó frente a su mesa. Virginia le estrechó la mano y estuvieron conversando unos cinco minutos mientras Connor se aguantaba los celos como un hombrecito.Finalmente la vio empujar la puerta de cristal de su oficina y asomarse.—Creo que nuestro caso llegó… —dijo un poco nerviosa.—¿En serio? ¿Llegó «llegó», o tú lo encontraste? —preguntó Connor sorprendido. —Un poco de los dos, llámale destino —respondió Virginia.—Está bien, vamos a escucharlo entonces —accedió.<