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Después de apresurarse a subir por la empinada duna, Enza se refugió en la tienda, perturbada. Las impresionantes cicatrices que llevaba ese hombre eran dolorosas de mirar, incluso si irradiaban una especie de poder, realzando la personalidad del jeque. ¿Él las había visto?

Enza tragó saliva mientras se pasaba una mano por el pelo, sin saber qué hacer consigo misma. Casi sentía como si hubiera violado su intimidad. Pero, ¿no lo había hecho él en la jungla?

— No pongas esa cara —dijo una voz detrás de ella.

Enza reprimió un sobresalto violento al girarse. El jeque llevaba una camisa azul noche de mangas cortas, con el pelo aún húmedo.

— ¿Qué... qué cara? —balbuceó nerviosamente.

— La cara de una niña que ha hecho algo mal.

Se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa.

— Vi tus cicatrices en la jungla, así que estamos a mano.

Entonces él realmente las había visto.

— Ahora, lo importante es lo que piensas de ellas —añadió con una mirada preocupada en los ojos, como si su
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