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Enza saltó del taxi cuando este se detuvo frente a la villa. Estaba casi oscuro, las temperaturas eran diferentes de las que acababa de dejar. Con precaución, se acercó a la entrada mientras verificaba si no la seguían.

—La puerta estaba cerrada —lo que no le daba la posibilidad de entrar tan fácilmente como había imaginado. Enza rodeó la puerta y subió a un árbol para alcanzar la verja. Si llegara a caer, su caída marcaría el comienzo del fin de una larga batalla. Enredada en las ramas, se apoyó en la verja y la cruzó, casi cayendo.

Cuando su bota tocó el suelo, Enza tambaleó, agarrándose a los barrotes, con la respiración errática. Lo que estaba a punto de hacer era totalmente ilegal y si la atrapaban...

Enza sacudió la cabeza, negándose a pensar en eso. Con mucho cuidado, subió los escalones del balcón, preparándose para cometer su segundo delito. En efecto, agarró una maceta para romper el cristal y abrirlo desde adentro. Los fragmentos de vidrio se amortiguaron con la llegada de
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