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Pasaron los minutos, y Amelia no se quiso separar de él, rodó con él en la cama quedando frente a frente, mientras recuperaban el aliento, mientras sus corazones volvían a latir con normalidad. Se abrazaron, se besaron, se dijeron cosas sucias y tiernas sin orden alguno.

Estás buenísimo.

Eres preciosa.

Me encanta cuando estás dentro de mí.

Te comería.

Estás ardiendo.

Y luego ya todo pasó, y sólo quedó la satisfacción, y la conciencia de amantes de la que ella antes había hablado. Tocarse ahora era más natural. Pero Amelia no le tocaba ninguna parte íntima, ella tenía sus manos sobre su pecho, concentrada en el latir de su corazón.

—Puede ser mejor —dijo él al fin, y ella se echó a reír.

—Lo sé—. Él sonrió de medio lado

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