Niebla, bosque, serpiente y niña.

Un rayo de luz se filtró desde el árbol gigante sobre sus cabezas y cayó justo sobre la pequeña niña.

Su piel era extremadamente blanca, su rostro pequeño y hermoso, pero lo más sorprendente era que sus ojos eran verdes. Tenía rasgos definidos, una cara muy europea.

Vestía ropas coloridas y antiguas, pero lo extraño era que no llevaba zapatos, sus pies estaban desnudos.

En sus tobillos llevaba dos pulseras de hilo de seda de colores, adornadas con pequeñas campanillas.

Era una niña extraordinariamente hermosa, con rasgos occidentales, pero transmitía una sensación antigua y misteriosa.

Estaba sentada en lo alto de la serpiente roja, su rostro no mostraba la inocencia propia de su edad, sino una mirada altiva y noble, como una diosa musa.

Sobre todo, la luz que caía sobre sus hombros la hacía parecer más divina.

Era como una santa sacada de una novela.

Ella observó cautelosamente a la multitud, como si les estuviera preguntando qué estaban haciendo allí