Botones plateados cayeron al suelo, uno por uno.

Lorraine abrió los ojos de par en par mientras miraba la piel blanca de Charlotte, que parecía nieve fresca, ahora cubierta de cicatrices verdes y negras, como una pieza perfecta de porcelana, estropeada por grietas.

“¿Te recuerdan a algo?”.

Charlotte tembló por todas partes, su mirada helada.

“Así es. Estas son las cicatrices que me causaste después de que enviaste a esos hombres a empujarme por un precipicio. ¡Estabas tan decidida a matarme ese día que nunca pensé que tendría la suerte de sobrevivir!”.

Lorraine abrió sus labios en forma de pétalos, pero estaba tan consumida por su sentimientos de culpa que no pudo responder.

Charlotte la miró con frialdad. El tiempo pareció retroceder hasta el día en que se cayó del acantilado.

“Cuando me arrojaron por ese acantilado, las ramas de los árboles y las espinas venenosas me arañaron tantas veces que no se salvó ninguna parte de mi cuerpo. Un dolor insoportable me envolvió de pies a c