Charlotte y Zachary entraron en la habitación.

Charlotte había estado afuera de la puerta, por lo que no pudo ver adentro con mucha claridad. Cuando entró, se dio cuenta de que había dos pares de grilletes en la cabecera de la cama y en la parte inferior de la cama, respectivamente. Eran cuatro en total.

Zachary ya estaba junto a la cama.

Sin embargo, él no se acostó en la cama. En cambio, frunció el ceño con sus cejas oscuras y bien formadas. Su rostro tentador, adictivo y devastadoramente hermoso parecía ligeramente preocupado.

“¡Escúchame!”.

Charlotte empujó su brazo.

“Zachary, sé que eres muy orgulloso y nunca te han atado. Esto debe sentirse humillante para ti, pero… tendrás que aguantarlo por ahora por el bien de nuestro hijo”.

La garganta de Zachary tembló. Una pizca de asco brilló en sus pupilas heladas.

Charlotte no lo sabía, pero Zachary no estaba reacio a subirse a la cama porque se sentía humillado por el hecho de que tenían que atarlo de pies y manos. Era porque él