Leonardo abrió la puerta con determinación. Sus pasos resonaron en la madera mientras entraba al cuarto de Isabella. La habitación estaba ligeramente iluminada por la luz del atardecer que entraba por las cortinas entreabiertas, tiñendo todo con un resplandor cálido y suave. Al instante, se detuvo.Allí estaba ella. De pie, con una toalla blanca envuelta alrededor de su cuerpo, su piel aún húmeda brillaba bajo la tenue luz, y su cabello mojado caía en mechones oscuros sobre sus hombros. Isabella lo miró, sorprendida al principio, pero luego sonriendo suavemente.Leonardo no pudo evitar observarla. Sus ojos recorrieron su figura con una mezcla de deseo y ternura. Por un momento, incluso olvidó el motivo de su visita. El regalo quedó en segundo plano y, con movimientos casi automáticos, lo dejó sobre la mesita de noche, junto a la cama.Ella siguió con la mirada cada uno de sus gestos.Leonardo se acercó lentamente. La distancia entre ambos se fue acortando hasta que sus manos se posaro
Mientras tanto, Rosa había comenzado a subir las escaleras al escuchar el tono elevado de la voz de su yerno momentos antes. Tocó con suavidad la puerta de la habitación de Isabella.—¿Hija? ¿Puedo entrar?—Sí, mamá. —Pasa —respondió Isabella con la voz aún cargada de tensión.Rosa entró y encontró a su hija vestida, sentada al borde de la cama, con la mirada baja. El ambiente tenía el aroma de perfume floral mezclado con la humedad del cabello recién lavado.—¿Estás bien? —Se escuchó los gritos de Leonardo desde abajo —preguntó su madre, preocupada.Isabella suspiro largamente, sin levantar la vista.—No lo entiendo, mamá. Es la primera vez que lo veo así. Estaba... celoso. —Celoso por Esteban, solo porque tuvo un gesto de enviarme este regalo —dijo mientras tomaba la caja que Leonardo había dejado sobre la mesita de noche—. Y ni siquiera sabía qué era hasta ahora.Rosa se acercó. Isabella abrió con delicadeza la tapa y ambas quedaron boquiabiertas. El interior revelaba un lujoso col
Esteban bajó de su auto con calma, cerrando la puerta con suavidad. El viento fresco de la noche agitó ligeramente las solapas de su elegante abrigo. Se ajustó el cuello de la camisa con movimientos medidos y tirón de las mangas del saco oscuro para alisar cualquier pliegue. El brillo discreto de su reloj de pulsera asomó bajo el puño. Caminó hacia la entrada principal con paso seguro, su calzado apenas resonando sobre las baldosas del sendero.Al llegar a la puerta, estiró la mano y presionó el timbre con un gesto decidido. Segundos después, la puerta se abrió con un leve chirrido. Una mujer de edad media, vestida con uniforme de servicio, le dio la bienvenida con una leve sonrisa.—Buenas noches —saludó la sirvienta con cortesía.—Buenas noches. ¿Está la señorita Isabella? —He venido a verla —dijo Esteban, inclinando ligeramente la cabeza.—Sí, señor. Pase, por favor.Esteban entró al recibidor, donde el aroma a madera pulida y flores frescas llenaba el ambiente. La decoración clási
(continuación)Leonardo salió del estudio justo en el momento en que Isabella extendió el estuche con el collar a Esteban. Su rostro, sombrío pero sereno, reflejaba el esfuerzo que hacía por mantener la compostura.—Buenas noches —dijo con voz firme.Todos giraron la mirada hacia él. Su figura alta y elegante impuso presencia inmediata. Llevaba las mangas de la camisa algo arremangadas, como si hubiera estado manteniendo su temperamento dentro del estudio. Esteban, aún con el estuche en la mano, esbozó una sonrisa educada.—Buenas noches, señor Montiel —respondió, tratando de mantener la cordialidad.Leonardo avanzó con paso lento pero decidido. Su mirada iba directamente a Isabella. Al llegar junto a ella, sin pensarlo demasiado, se inclinó levemente y la besó en los labios. Fue un beso corto, pero lleno de intención. Isabella le respondió con una sonrisa tranquila, y la tensión en el ambiente se hizo casi palpable.—Señor Bruno —dijo Leonardo luego, dirigiéndose a Esteban con una l
Leonardo, aún tomado de la mano de Isabella, la miró con una mezcla de calma y deseo. Sus ojos seguían fijos en ella, como si tratara de memorizar cada rasgo de su rostro bajo la cálida luz del recibidor.— ¿Nos vamos? —preguntó con voz suave.—Claro —respondió Isabella, dedicándole una sonrisa tierna—. Iré a buscar mi bolso.Leonardo ascendió y la soltó con delicadeza. Isabella subió por la elegante escalera de la mansión, y su silueta desapareció lentamente al doblar hacia el pasillo que llevaba a su antigua habitación. Leonardo se giró hacia sus sueños.—Buenas noches —dijo con respeto.Don Samuel lo miró con atención.—Te acompaña al auto, hijo.Ambos caminaron juntos hasta el exterior. La noche estaba templada, con una ligera brisa que movía las copas de los árboles del jardín. Leonardo se recostó sobre su auto, cruzando los brazos y hundiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.—Quiero pedirte un favor —dijo don Samuel, pausado pero firme.Leonardo lo miró con respeto.—S
El sol apenas se asomaba entre los edificios cuando Leonardo se despertó. Isabella seguía dormida a su lado, con el rostro sereno y el cabello esparcido sobre la almohada. Se quedó mirándola un instante, acarició su mejilla con suavidad y luego se levantó con cautela para no despertarla. Después de una ducha rápida, se vistió con un pantalón de vestir gris oscuro y una camisa blanca sin corbata. Miró su reflejo en el espejo, tomó las llaves del auto y salió de la habitación.En el pasillo, la nana Carmen ya estaba despierta.—Buenos días, joven Leonardo —dijo con una sonrisa cálida.—Buenos días, nana —respondió él, deteniéndose un momento—. ¿Isabella sigue dormida?—Sí, todavía. Estaba muy cansada anoche.—Déjela dormir un poco más. Yo tengo un asunto que resolver.—¿Va a desayunar?—No, gracias. Tengo prisa.—Dios me lo bendiga y me lo guarde, joven Leonardo.—Amén, nana. —Lo necesito —respondió con una media sonrisa antes de salir del apartamento.El cielo de la ciudad estaba trata
La lluvia comenzaba a caer con suavidad sobre la ciudad, como si el cielo supiera que algo oscuro se cernía sobre los Montiel. Isabella conducía con el corazón acelerado, los dedos tensos en el volante, la vista fija en el camino. Aquel silencio de la mañana había sido un presagio, una señal de que algo no estaba bien. Leonardo no había aparecido en la oficina, no había llamado y su celular seguía apagado. El miedo comenzaba a calarle los huesos.—Tiene que estar con ella —susurró Isabella, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerse. —Tienes que estar con Valeria...Con esa idea la llevó hasta la casa de Valeria. Al llegar, estacionó frente al portón de hierro forjado. Se bajó con prisa y llamó al timbre. A los pocos segundos, una sirvienta abrió la puerta.—Buenas tardes —dijo Isabella, empapada por la lluvia.—Buenas tardes, señorita, ¿puedo ayudarla?—Estoy buscando a Valeria. Es urgente.Desde el fondo de la casa, Valeria sorbía una taza de café. Escuchó el timbre y frunci
Isabella se aferró al abrazo con doña Victoria como si necesitara robarle algo de fuerza. El cuerpo de la mujer mayor temblaba levemente, y sus ojos se llenaban de lágrimas contenidas.—No se preocupe, doña Victoria —susurró Isabella con la voz firme, aunque el corazón le latía como un tambor desbocado—. Leonardo es un hombre robusto... inteligente. Lo vamos a encontrar, cueste lo que cueste. Perder.Victoria la miró con los ojos empañados y asomándose con un temblor en los labios.—Gracias, hija… gracias por no rendirte.En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Andrés entró apresuradamente, sin aliento, con el celular en la mano. Su rostro pálido y la tensión en sus mandíbulas delataban que venía con algo importante.Isabella se separó de Victoria de inmediato y lo miró directo a los ojos.—¿Y bien? ¿Qué sabes?—Solo una cosa… —contestó Andrés, sin rodeos—. Su ubicación… La última señal del celular de Leonardo fue en una zona industrial, a las afueras de la ciudad.—¡Allí podría