El Rey dragón se encontraba en la entrada de la cueva rocosa. Su forma humanoide brillaba con un resplandor blanco, como si estuviera hecho de la misma luz de las estrellas. La lluvia aún caía con fuerza, por supuesto, no era una lluvia cualquiera; cada gota era un eco de su magia, una manifestación de su poder místico. A su lado sentada, la cachorra híbrida, con sus grandes ojos celestes que reflejaban la curiosidad y el temor de la infancia, lo miraba con expectación. —¿Nieve, cuántos años has vivido? —la preguntó de la niña, fue apenas audible sobre el rugido de la tormenta. —¿Nieve? —susurró ese ser. Dándose cuenta que Connie le había llamado así, al no saber su nombre. El dragón sonrió, una expresión que combinaba tanto la sabiduría como un destello de su melancolía. —Lo suficiente para saber de la maldición de tu padre, a primera mano… —respondió en un tono serio pero pacífico. Connie, la cachorra, frunció el ceño, a la vez que inflaba sus mejillas en un tierno gesto
—Ese don es despertado por los Alfas de la rama principal —explicó el dragón—. Pero tu padre, Alfa Rezef, aunque es mitad de esa rama, no lo posee porque la maldición se lo impide. La maldición era el precio que se pagó por el abuso de poder, por la destrucción indiscriminada de tribus y pequeñas manadas que se cruzaron en su camino… Por los mares de sangre, sin propósito que causaron y la muerte de su propia Luna por ambición. Que los llevó a nunca más encontrar a su Luna en su propia manada. La visión causada entre la lluvia danzante continuó, ahora con recuerdos de sangre y fuego. «Nadie podía enfrentar a un Rey Alfa que veía más allá. Luna Plateada fue temido y respetado, pero la ambición de su Alfa los llevó a cruzar líneas que no debían ser cruzadas…» —Oh~ ¿Qué sucedió entonces? —preguntó Connie, sintiendo el peligro en el aire. «Con cada batalla ganada, el corazón de ese Alfa se volvió más oscuro. Olvidó que ser un verdadero líder significaba proteger a los suyos, no d
•••••••••• La tormenta intensa esa madrugada azotaba el corazón del bosque en las afueras del territorio de Luna Plateada. Se escucha poderosamente en el cielo, una sinfonía de truenos que resonaban en la oscuridad y relámpagos que iluminaban el bosque. Bajo la lluvia torrencial, el Rey Alfa Rezef, avanzaba con determinación, su pelaje oscuro azulado brillando bajo los destellos eléctricos de la tormenta. Sus ojos grises claros como la luna llena, mostraban un brillo plateado tenaz. Mientras la tempestad azotaba el bosque, la manada de Garra Dorada se había refugiado bajo los frondosos árboles, sus pelajes dorados resplandecían aún en la penumbra. El Rey Alfa Dalton, con su aura dorada que emanaba su poder protector, observaba desde su escondite, consciente de que la llegada de Alfa Rezef no era una simple coincidencia. ¡Sabía que su sobrino llegaría!, aún con la tormenta y el viento fuerte, olía el aroma de ese lobo. Rezef sabía que enfrentarse a Dalton y su manada signif
La lluvia caía a cántaros, el barro se acumulaba bajo sus patas, pero ni uno ni otro cedía. Entre feroces gruñidos, sus pelajes húmedos por la lluvia y la sangre de sus heridas… No solo Rezef había sido alcanzado por esas garras… ¡TAMBIÉN DALTON! Alfa Dalton, con cada intento de protegerse, se daba cuenta de que Rezef no solo era un rival formidable; también era el hijo de su difunta hermana Karina, y con cada mordisco, con cada rasguño, la ira y el dolor se entrelazaban. —¿Te sorprende que pueda hacerte daño, Dalton? —gruñó Ray, lobo de Rezef—. Es lo que te mereces, sabes que en la línea Real de Garra Dorada. Yo era el siguiente Alfa. ¡Sorpresa en sus ojos!, los cientos de pares de ojos dorados de los lobos de Dalton. Que ocultos esperando el llamado de su Alfa, quedaron sorprendidos entre sus escondites del bosque. —¡CÓMO TE ATREVES! ¡Tu maldito padre la mató! —gruñó furioso Dalton—. ¡¡Él mató a Karina, a su mate, mi hermana!! ¡Y tú simplemente nos diste la espalda! ¡Te fu
El frío aire de la madrugada, cargado de tensión bajo la tormenta, la batalla continuaba su curso. El Rey Alfa Dalton, ese enorme y poderoso lobo dorado, temblaba de furia y agotamiento. «¡Maldición! ¡Si ella está aquí! ¡¿Qué pasó con mi Beta y porqué no he recibido información suya?!» , dijo Alfa Dalton, hablando con su lobo, Dhir. —Tenemos que continuar, aún si Gaspar cayó. «Lo sabes tan bien como yo, Dhir… ¡Sin Gaspar y su magia negra todos mis planes se derrumbarán!» , gruñó Dalton, en una lucha interna con su Alfa. —Y si no luchamos, moriremos aquí… ¿Qué será? La determinación brillaba más que nunca en la mirada dorada de ese Rey lobo. Alfa Rezef, esa poderosa bestia de Luna Plateada, se mantenía firme, sobre el césped manchado de la sangre de Dalton y de él. —¡No dejaré que te salgas con la tuya, Rezef! ¡No creas que tu Luna te podrá salvar!, pronto llegará mi Beta —rugió Alfa Dalton, lanzándose nuevamente hacia su adversario. ¡BUUUM! Con cada abrupto golpe y fe
¡Maray que ya había soltado esas cadenas, para ayudar a Rezef, se vio obligada a regresar con todos esos lobos de Garra Dorada! Las garras del Rey lobo dorado, brillaban, y aunque las heridas le ardían, su espíritu se mantuvo inquebrantable. Alfa Rezef, sorprendido por el repentino ánimo de esos lobos enemigos, gruñó alerta. ¡¡Dalton se abalanzó sobre él, impactando su cuerpo con fuerza!! ¡Sus garras protegidas doblemente, cortaron con crueldad la dura piel de ese macho de Luna Plateada! —¡AHG! ¡MALDITO! —hizó Ray, una exclamación de dolor, tras un aullido. ¡Ese lobo estaba furioso y no se dejaría vencer fácilmente!, así que… Con un movimiento rápido, contraatacó a Dalton, sus afilados colmillos buscando la piel dorada de su oponente. —¡No caigas ahora, Rezef! —gritó Maray, mientras su cuerpo temblaba por el esfuerzo. Al volver a atar con fuerza a los lobos dorados. Ella sabía que su amor necesitaba toda su fuerza… Pero en ese momento… —COF~ COF~ La sangre comenzó a
El amanecer se filtraba a través de las copas de los árboles otoñales, tiñendo el bosque con un suave resplandor. El aire fresco y húmedo traía consigo el aroma a tierra mojada y hojas caídas. Beta Aeron, el lobo rojo granate, se encontraba en el centro del claro, su pelaje resplandecía con un brillo intenso, reflejando los destellos del sol naciente. Sus ojos, como un par de rubíes, estaban fijos en Beta Gaspar, el hombre lobo brujo, quien, en su forma humana, se erguía imponente, un aura oscura oscura a su alrededor. Por otro lado, Beta Aiden, permanecía alerta. Sabían que estaban en desventaja, pero el deber y la lealtad los mantenían firmes. Por primera vez ambos luchando juntos. —¡Aeron, a la izquierda! —gritó Aiden, mientras se lanzaba hacia adelante, su cuerpo ágil esquivando un ataque de Gaspar que aún tenía energías, inestables, pero las tenía… Beta Aeron siguió su llamado, girando como un torbellino, lanzándose sobre Gaspar con sus garras afiladas. Ese Beta de N
En el interior de la cueva, Reina Maray yacía tendida en el suelo frío, su cuerpo temblando de dolor, el veneno oscuro que había sido inyectado por el pergamino maldito del dragón, matándola. El Rey Dragón, en su magnífica forma humanoide, se acercó a ella, su figura majestuosa iluminada por una luz blanca suave que parecía emanar de su ser. Su cabello largo y blanco, y sus ojos violetas brillaban con una intensidad sobrenatural. Vestido con ropas blancas, hechas con su propia magia, su presencia era a la vez reconfortante y aterradora. —Dame el pergamino —pidió el Rey Dragón, su voz grave resonando en la cueva. Con un gesto decidido, recibió el pergamino oscuro de las manos del Rey Alfa Rezef, quien se encontraba a su lado, sus ojos llenos de angustia. —Cumple con tu parte —pidió Rezef. A su lado, Connie, yacía dormida, aún envuelta en la capa del Rey Dragón. El Rey Dragón observó el pergamino, sus ojos violetas escudriñando las palabras malditas que amenazaban con dev