—Me niego —respondió Rezef de inmediato, guardando el pergamino en el bolsillo interior de su abrigo largo—. Se queda conmigo —dijo, cruzándose de brazos con determinación. —Uno de los dos tiene que morir. Son las reglas del trato que han sellado. Es imposible que ambos cumplan con las exigencias; el pergamino se alimenta de la vida del que falla. —¿Es realmente así…? —preguntó Rezef, incrédulo. —Es un conocimiento que pocos poseen. El pergamino elige a una víctima al azar y usa su veneno para incapacitarlo de cumplir uno o varios requisitos… Ella le era más apetecible por su magia; la maldición del pergamino ayudó a envenenarla. "¡¿Cómo este maldito sabe todo eso?!" Pensó furioso Rezef. "¿Ha espiado? ¿O Tiene una fuerte conexión con el pergamino…?" —¡NO DIGAS ESTUPIDECES! ¡¿Cómo un maldito pergamino puede hacer algo así?! —gruñó Rezef, su voz llena de rabia y desesperación. El ser exhaló, chasqueando los dedos. De repente, una visión se materializó ante Alfa Re
••••••••• —Aquí estarás bien —susurró Beta Aiden, dejando en una cueva a Tabitha, inconsciente y aún con su herida sensible sanando lentamente. Tras alejarse de esa hembra, ese hombre lobo tomó su forma lobuna, lanzándose hacia la espesura del bosque. Fue en ese momento, cuando escuchó débilmente la voz de su mate, la Omega Liza, parecía estar alterada. Beta Aiden recordó que ella estaba cuidando de los mellizos, así que sin siquiera pensarlo se dirigió hacia ella. En cuestión de minutos, lejos del centro del pueblo de Luna Plateada. Liza corría hacia ese lobo Beta de pelaje oscuro que se dirigía hacían ella abriéndose paso en la espesa maleza. —¡Aiden! ¡Aiden ayúdame! —lloraba la Omega desesperada. Su mate tomó de inmediato su forma humana y ella se lanzó abrazando a ese macho. —¡¿Qué ocurrió?! ¡¿Dónde están los mellizos?! —preguntó alterado Beta Aiden por sus sobrinos mellizos, a la vez que retenía a esa dulce y frágil hembra entre sus brazos. Sin embargo, antes de que
El viento helado cortaba el aire en el claro destrozado del bosque otoñal, donde las hojas crujían bajo las patas de los combatientes. Lobos de Luna Plateada y Noche Carmesí, todos contra ese Beta brujo… ¡PERO ERA INÚTIL! ¡No dejaban de salir heridos! Después de todo… Ese Beta brujo estaba siendo protegido por el don de su alfa. La luna iluminaba el escenario lleno de gruñidos y aullidos, reflejando un brillo en el pelaje pelirrojo de la loba de Maray, Arin. Esa Reina Alfa, en su forma de loba, ahora se encontraba frente a Beta Gaspar, el brujo que había traído tanto caos y desesperación a sus tierras. El corazón de ella latía con fuerza… ¡Pero tenía que seguir luchando! ¡La Reina Luna no podía caer!, menos si el Rey Alfa no había llegado. Beta Gaspar, envuelto en una neblina oscura, sostenía en su mano cientos de sellos que comenzó a utilizar para dejar inconscientes a todo lobo que se atraviese en su camino. —¡SOLO DEBEN RENDIRSE! ¡DE TODOS MODOS, MORIRÁN CUANDO MI MAN
Reina Maray, sintiendo que la desesperación la invadía, cerró los ojos un instante y respiró hondo. ¡Una determinación ardía en su corazón! ¡No podía rendirse! Con cada latido de su corazón, la furia contra Gaspar se transformó en una energía que comenzó a resonar en su interior. La magia de Clan del Círculo Escarlata, le susurraba, recordándole su legado. Ella abrió sus ojos, su mirada con el color de la sangre, clavada en ese hombre lobo brujo con sed asesina. Esa Reina Alfa, llenó su dedo de su propia sangre que caía por sus heridas y agachándose rápidamente dibujó un círculo con símbolos. —¿Aún seguirás intentando? ¿Es que no te rindes, hija de Ginne?~ —le preguntó Beta Gaspar, un tono burlón en su voz grave. Maray ignoro el dolor que la consumía y los fracasos que ya había tenido… Una vez más intentó hacer uso de su magia. Al principio no pasó nada. Pero tampoco se asomaban los lobos de Garra Dorada por el portal que ese Beta brujo había abierto, lo que significaba
—¡Iré sola tras Gaspar! —le avisó ella a todos—. ¡Si él llega al pueblo de Luna Plateada será peligroso para los que se han ocultado ahí! —¡Pero Reina Luna, usted está muy herida! ¡Yo me encargo! —dijo Arvy el lobo de Beta Aiden. Maray negó lentamente. Era el asesino de Douglas, su padre. No podía renunciar fácilmente de matarlo ella misma. —Soy la Reina Luna, ¿me quedaré descansando mientras los más vulnerables de nuestras manadas pueden morir?, además, ahí están mis cachorros y tengo que ser yo la que lo mate… —Sobre eso… —en ese momento, con nerviosismo, el lobo de Beta Aiden le contó a Maray lo que Alfa Rezef le había dicho. —¡¿QUÉ HIZO ESE DESGRACIADO?! —gritó Maray preocupada, no solo por Rezef, si no principalmente por Connie— ¿Y ahora qué debería hacer…? —dijo esa Reina Alfa, abrumada. En ese instante, Beta Aeron tomó su forma lobuna y se acercó a Maray, ella lo volvió a ver. —Reina. Beta Arvy y yo nos encargaremos de Gaspar. Ya está débil y muriendo… Solo ten
El Rey dragón se encontraba en la entrada de la cueva rocosa. Su forma humanoide brillaba con un resplandor blanco, como si estuviera hecho de la misma luz de las estrellas. La lluvia aún caía con fuerza, por supuesto, no era una lluvia cualquiera; cada gota era un eco de su magia, una manifestación de su poder místico. A su lado sentada, la cachorra híbrida, con sus grandes ojos celestes que reflejaban la curiosidad y el temor de la infancia, lo miraba con expectación. —¿Nieve, cuántos años has vivido? —la preguntó de la niña, fue apenas audible sobre el rugido de la tormenta. —¿Nieve? —susurró ese ser. Dándose cuenta que Connie le había llamado así, al no saber su nombre. El dragón sonrió, una expresión que combinaba tanto la sabiduría como un destello de su melancolía. —Lo suficiente para saber de la maldición de tu padre, a primera mano… —respondió en un tono serio pero pacífico. Connie, la cachorra, frunció el ceño, a la vez que inflaba sus mejillas en un tierno gesto
—Ese don es despertado por los Alfas de la rama principal —explicó el dragón—. Pero tu padre, Alfa Rezef, aunque es mitad de esa rama, no lo posee porque la maldición se lo impide. La maldición era el precio que se pagó por el abuso de poder, por la destrucción indiscriminada de tribus y pequeñas manadas que se cruzaron en su camino… Por los mares de sangre, sin propósito que causaron y la muerte de su propia Luna por ambición. Que los llevó a nunca más encontrar a su Luna en su propia manada. La visión causada entre la lluvia danzante continuó, ahora con recuerdos de sangre y fuego. «Nadie podía enfrentar a un Rey Alfa que veía más allá. Luna Plateada fue temido y respetado, pero la ambición de su Alfa los llevó a cruzar líneas que no debían ser cruzadas…» —Oh~ ¿Qué sucedió entonces? —preguntó Connie, sintiendo el peligro en el aire. «Con cada batalla ganada, el corazón de ese Alfa se volvió más oscuro. Olvidó que ser un verdadero líder significaba proteger a los suyos, no d
•••••••••• La tormenta intensa esa madrugada azotaba el corazón del bosque en las afueras del territorio de Luna Plateada. Se escucha poderosamente en el cielo, una sinfonía de truenos que resonaban en la oscuridad y relámpagos que iluminaban el bosque. Bajo la lluvia torrencial, el Rey Alfa Rezef, avanzaba con determinación, su pelaje oscuro azulado brillando bajo los destellos eléctricos de la tormenta. Sus ojos grises claros como la luna llena, mostraban un brillo plateado tenaz. Mientras la tempestad azotaba el bosque, la manada de Garra Dorada se había refugiado bajo los frondosos árboles, sus pelajes dorados resplandecían aún en la penumbra. El Rey Alfa Dalton, con su aura dorada que emanaba su poder protector, observaba desde su escondite, consciente de que la llegada de Alfa Rezef no era una simple coincidencia. ¡Sabía que su sobrino llegaría!, aún con la tormenta y el viento fuerte, olía el aroma de ese lobo. Rezef sabía que enfrentarse a Dalton y su manada signif