Marisa vio a su hijo dormido entre los brazos de su suegra y sintió que su corazón se hacía pequeñito. En la recepción de la boda habían pasado demasiadas cosas, y una de ellas los tenía a punto de subirse a un avión para viajar a su destino de luna de miel.Días atrás, Teresa le había comentado a Santino que su hijo y nuera no se irían de viaje de luna de miel, porque, según la castaña, no era algo esencial, y para ella era más importante estar junto a su bebé; pero, para Santino, el tiempo en pareja era tan esencial para la felicidad como el tiempo en familia y el tiempo a solo, así que les regaló ese viaje que los obligaría a subir a un avión esa misma noche.Marisa y Sabino se miraron con indecisión cuando recibieron sus tiquetes, porque, tras declarar que se gustaban, en ambos había nacido la necesidad de demostrar esos sentimientos y de intentar que se convirtieran en algo mucho mejor y más duradero que la simple atracción, y ese viaje podría ser una gran oportunidad.Sin embarg
Sintió algo suave presionarse contra la desnuda piel de su hombro, impulsándola a despertar, sin embargo, estaba tan cansada, que solo se dio la vuelta en la cama, alejándose del cuerpo del hombre que había dormido aferrado a su cuerpo la noche anterior luego de demostrarle cuanta pasión podía despertar en él.Sabino sonrió, él mismo se sentía agotado, pero no solo por haber amado a esa mujer gran parte de la madrugada, desde que llegaron a ese hotel donde pasarían algunos días, sino porque el viaje en avión había sido agotador, y porque ellos ya estaban cansados por todo lo que debieron pasar, tanto física como emocionalmente, el día anterior.Celebrar una boda no era cualquier cosa, era de verdad extenuante, pues no solo debían atender a todo lo que debía pasar, y a los invitados a su evento, sino que también ya llevaban a cuestas el cansancio acumulado de la planeación, eso aunado a los nervios que provocaba el cambio de vida al que se enfrentarían tras celebrarla.Sabino besó la c
Alejo vio al amor de su vida dejando su auto, ese que conducía su padre y en donde, además, viajaba su ya no tan pequeño bebé, como escoltando a su madre junto a su abuelo.Era el día de su boda, y él estaba ansioso por saberse unido a ella por mucho más que ese amor que se habían estado demostrando desde que se confesaron por primera vez que se amaban.Su amor había sido difícil, porque ninguno de los dos inició lo que iniciaron pensando en el amor, Meredith porque había jurado dejarlo de amar, y Alejo porque estaba seguro de que jamás se enamoraría; entonces, convencidos de que nada podía salir mal, hicieron idiotez tras estupidez tras tontería.Entonces, envueltos en arrepentimientos, terminaron completa y totalmente enamorados el uno del otro, y dejando su cerebro en la búsqueda de la mejor opción para ellos, la que menos les causara dolor.Pero, es imposible salir ileso cuando te equivocas tanto, y en su relación de tres todos sufrieron, y, por el bien de esos bebés, que los tres
—¿Decidiste una guardería? —preguntó Meredith, viendo al pequeño Axel subirse a esa resbaladilla por la parte de la resbaladilla, justamente.Los chicos estaban por cumplir tres años, y realmente era un tormento preocuparse por todo lo peligroso que parecían ser ellos mismos para ellos mismos. De alguna manera era como si estuvieran intentando lograr una misión suicida, y todos los adultos a su alrededor debían ser sus salvadores, y eso era, en serio, muy agotador, por eso Meredith se había rendido.—¿No lo vas a bajar de ahí? —preguntó Marisa, preocupada por su desastroso sobrino, el cual no disfrutaba mucho cuidar, porque era tres veces más inquieto que Saúl.Pero eso no era lo peor, lo peor no era el exceso de actividad infantil a la que Marisa no estaba acostumbrada, lo peor era que algo en Axel incentivaba la energía de Saúl, quien terminaba siendo el doble de inquieto de lo que era habitualmente, así que, era raro que el pequeño de ojos verdes no terminara con un rasguño, un mor
—Meredith está embarazada —informó Marisa a su esposo, que esperaba en la cama a que ella terminara de ponerse mil cosas en el rostro y cuello, para poder dormir a su lado—. Estaba muy emocionada, y yo también.Sabino la escuchó con atención, y pudo darse cuenta que de verdad Marisa estaba muy emocionada por el nuevo embarazo de su hermana menor, y también recordó aquella vez en que la joven le habló de su problema de infertilidad.—Ah —hizo el hombre demasiado bajo, y luego pensó que había sido justo en ese momento en el que se había comenzado a enamorar de ella.Porque, luego de eso, le puso mucha más atención, y se fue enamorando un poco más con cada cosa que la joven hacía, porque todo de ella le comenzó a encantar.Marisa le comenzó a encantar desde ese momento, y aun así hubo cosas que se perdió.Es decir, él sabía que ella era infértil, pero no habían ahondado en detalles al respecto, así que desconocía esa parte, parte que, en un inicio, cuando no se querían ni un poquito, a p
—Pues, según los estudios realizados, no debería haber ningún problema para la implantación de un óvulo fecundado —aseguró la médico que los estaba atendiendo y a los que, por puros nervios, Marisa estuvo a punto de negarse a conocer—, aparte de los riesgos normales, me refiero.Marisa casi se emocionó; pero, al conocer la aclaración, se dio cuenta de que, en realidad, no iría a la segura, así que de nuevo comenzó a tener miedo y ganas de salir de ese lugar, así, sin intentarlo siquiera.Porque, como bien decía el dicho, el que no intenta, no gana; y ella y Marisa tenían un complemento para ese dicho popular, que era: el que no arriesga, no gana, pero tampoco pierde; y ella no quería perder, sabía que no sobreviviría si lo hacía.Sabino, que conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber en lo que estaba pensando, tomó su mano, fría por los nervios que la estaban invadiendo, y la llevó a su boca para depositar en ella un dulce beso y poder hacer la promesa que quería hace
—¡Kyaaaa! —gritó Meredith, dando pequeños saltitos de emoción, sin prestar atención a esa sonrisa nerviosa que su hermana mayor contenía.Y es que era tanta la felicidad de la mayor de las Carson, que sentía que explotaría algo si es que se dejaba llevar por esas emociones que la comenzaban a desbordar.—¿Por qué no me dijiste que podías embarazarte si era de manera asistida? —preguntó la pediatra, que no soltaba las manos de su hermana mayor.—Porque no lo sabía —respondió Marisa y Meredith ahora sí que la soltó, mientras su rostro ponía una expresión de confusión y llevaba sus manos a su cintura—, como pensé que no podía serlo, y temía que cualquier cosa pudiera romper mi corazón, decidí no investigar nada, para no tener esperanzas. Me quedé solo con la idea de que no podría ser madre jamás.—Ay, mensa, tonta, idiota, pendeja —le dijo Meredith cada cosa al tiempo que golpeaba uno de los brazos de su hermana mayor—. Eres tan idiota que quiero pegarte.—Ya me pegaste —señaló Marisa, m
—¿Siempre no intentarás volver a trabajar? —preguntó Meredith que, veía a sus hijas menores a punto de entrar al jardín de niños, de tres años, también.—Yo creo que no —respondió Marisa, viendo al menor de sus hijos: Saíd, corriendo detrás de su hermano mayor, que siempre jugaba a esconderse de él—. Me gusta ser madre y ama de casa; además, ser madre y ama de casa ya es tremenda chinga, no quiero ser algo más que eso, no creo que pudiera soportarlo sin volverme loca.—Pues yo si voy a regresar al trabajo —informó Meredith, que ya estudiaba un posgrado para ponerse al corriente de la medicina pediátrica, pues la había dejado un poco de lado, también por haberse convertido en mamá y decidido que sus hijos crecerían bajo su cuidado y protección hasta que debieran despegarse un poco de ella, y eso estaba a punto de ocurrir ahora que entrarían al jardín de infantes.» Me dieron trabajo en el centro médico de tu zona residencial —explicó la segunda hermana Carson—, y como queda cerca del c