—Me los llevaré a la habitación contigua —informó Sabino, volviendo a caminar hasta el sofá, ese donde Marisa ya dormía profundamente, pues ahora la envolvía la seguridad de que su hijo estaba en mejores manos que antes, porque las de Alejo seguro también eran buenas.Marisa estaba tan agotada que dormía profundamente, tanto así que ni siquiera se dio cuenta cuando el padre de su hijo la alzó en brazos y la llevó a una cama, no tan cómoda, pero que, definitivamente, era mucho mejor que el sillón donde pasó la noche.—¿Seguro que ella no es Meredith? —preguntó Teresa, viendo a la joven suspirar luego de que Sabino la cubriera con una manta—. Es la misma cara de la foto que me mostraste.Uno o dos meses atrás, Sabino había recibido una foto donde la joven pediatra veía amorosamente el abultado vientre que acariciaba con ternura, y, tal como su madre decía, si alguien aseguraba que la joven de la foto era Marisa, se lo podrían creer sin dificultad alguna.—Se parecen muchísimo —declaró e
Salieron del registro civil y Marisa sintió que al fin respiró, entonces miró el acta de nacimiento de su hijo: Saúl Méndez Carson, con su nombre y firma en los espacios que le correspondían a la madre, y sonrió demasiado emocionada.El proceso había sido simple, pero en su cabeza siempre había sido algo complicado y hasta un poco riesgoso, pero ya había finalizado, así que todo estaría bien; además, con suerte para ella, Saúl había nacido primero, minutos antes que Axel, pero, estrictamente hablando, un día antes que él, así que esa pequeña diferencia haría que se diferenciaran un poco más.—¿Listo? —preguntó Meredith una vez que vio a su hermana llegar a su departamento, y la mayor asintió.Ella había decidido seguir viviendo juntas en lo que los niños crecían un poco más y Meredith se sentía un poco mejor, porque, además del cansancio del parto, la joven pediatra era hormonal y emocionalmente un desastre.Meredith pensó que estaba bien irse despegando poco a poco, y Marisa le dijo
La castaña vio al hombre dejar el auto y rodearlo para abrirle la puerta. Lo había notado ya, pero seguía pareciéndole un poco exagerado que él le abriera y cerrara puertas para que ella pasara, entrara o saliera, pero también le gustaba un poco, quizá por eso sonrió.Marisa dejó el auto, entonces tomó la pañalera del niño y se la colgó en el hombro mientras el padre de su bebé lo tomaba de la parte trasera del auto, en donde estaba ese asiento de bebé que, desde la primera vez que ella viajó en él, ya estaba ahí.—Se ve muy bien el edificio —declaró la joven maestra, observando todo a su alrededor, complacida por lo que veía y también un poco nerviosa.Y es que, siendo completamente sincera, ella no se sentía cómoda recibiendo tanto porque, aunque Sabio había dicho que era para su hijo, en realidad, quien más se beneficiaría de eso era ella; sin embargo, comprarse un departamento en ese lugar no era cosa barata, y no lo podía hacer por su cuenta.—Es muy buen lugar —aseguró el hombre
—Entonces —habló Santino, luego de que su esposa, hijo, nuera y nieto llegaran hasta la sala, en donde se encontraba él y en donde al fin pudo conocer a su nieto—, ¿cuándo se casarán?Marisa, que recién le había dado un trago a ese vaso de agua que le habían ofrecido y entregado, casi se ahogó luego de atragantarse con ese líquido, pero por culpa de semejante pregunta.» Me dijo Sabino que, por tus hormonas, no lo soportaste en todo el embarazo —declaró el mayor de los Méndez—, pero, si ahora pueden viajar en el mismo auto, eso significa que pueden volver a estar juntos, ¿no es así?—¿Estás bien, querida? —preguntó Teresa y Marisa asintió, a pesar de que le dolía el pecho, la nariz y no podía dejar de toser—. ¿Cómo se te ocurre preguntar semejante cosa, Santino? Te pedí que no la incomodaras, y casi la matas al provocar que se ahogue con un vaso de agua.—Me disculpo —dijo el hombre mayor para esa chica que tosía aun con los labios cerrados—, no era esa mi intensión, pero me mantengo
—¿Puedo pensarlo un poco? —preguntó Marisa, sintiendo una extraña sensación recorrerle del pecho a la espalda, y de regreso, como si rodeara esa parte de su cuerpo, pasando por sobre sus hombros.Sabino asintió, y decidió darle un tiempo a solas, aprovechando el tiempo para bajar a la cocina por un poco de agua tibia, pues casi era tiempo de que Saúl comiera y, para que no hubiera sospechas de todo lo turbio que ocultaban, habían decidido que el niño tomaría fórmula mientras alguien los viera,La excusa de Marisa sería que no soportó el dolor, y por eso decidió no amamantar; pero eso no sería algo que presumirían, sería solo para las personas insistentes en saber lo que no les incumbe, porque nadie debería sentirse en el derecho de exigir explicaciones de una vida que no es suya.Marisa, al sentirse sola en esa habitación, se dejó caer de lado en la cama, justo al lado de su bebé, y le comenzó a palmear con suavidad el estómago, mirando a la nada, en realidad.Todo en su vida estaba u
—Tal vez me case con Sabino —declaró Marisa y a Meredith se le fue la barbilla al piso, y sus ojos se abrieron tan grandes que la pediatra incluso resintió la apertura en las comisuras de estos.—¿De qué estás hablando? —preguntó la pediatra, tras sacudir la cabeza y obligarse a volver a respirar, porque la sorpresa le había dejado sin aire—. ¿Te pidió matrimonio?—Más bien, me ofreció matrimonio —declaró la mayor, que comía recargada a la barra de la cocina, esa donde estaba la estufa y la tarja, además de un espacio solo en donde estaba el microondas, la licuadora y la cafetera—. Su padre lo sacó a colación cuando nos conocimos, luego lo retomó Sabino en privado, y, pues, no sé, tal vez lo acepte.—¿Por qué? —preguntó Meredith, mirando con confusión a su hermana—. ¿Él te gusta?—Ay, no, Mer —respondió la mayor, encaminándose al lavabo para lavar el plato que acababa de desocupar—. Esto no es por atracción, amor o nada parecido; es solo que, Sabino y yo no nos llevamos mal, y ambos p
—¿Por qué no mejor mañana? —preguntó Santino, que mecía a Saúl de un lado a otro, sin poder apartar su mirada de él—. El viernes me desocuparé tarde, pero podríamos irnos el sábado temprano.Marisa, con el entrecejo fruncido, miró al padre de su hijo. Ella había pensado que era apropiado informarle si iba a salir de la ciudad, sobre todo teniendo en cuenta que se llevaría al niño con ella; sin embargo, en ningún momento pensó que él se sentiría invitado.La joven maestra aclaró la garganta y respiró profundo, pues, en realidad, no tenía idea de cómo decirle que él no estaba invitado a esa reunión en donde, el acto principal era, su padre regañándolas a ella y a Meredith.—Porque... pues, no sé... no pensé que querrías ir —declaró la joven, sintiéndose entre incómoda y avergonzada por responder de esa forma.Sabino miró a la madre de su hijo, con los ojos muy abiertos, pues, definitivamente, con todo lo educada que había sido con él y su familia, no se había esperado que le dijera indi
—¡¿Puedes dejar de hacer estupideces y de arrastrar a tu hermana contigo?! —preguntó a los gritos Manuel, el padre de tres mujeres profesionistas y, al parecer, todas igual de egoístas y de tontas.Pero, diferente a lo que podía parecer, Manuel Carson no estaba molesto, él estaba un poco desilusionado y muy preocupado de cómo se podrían poner las cosas en el futuro porque, aunque Meredith no paraba de decir que eso era lo mejor, lo cierto era que ella estaba renunciando a lo que no debería renunciar jamás.Meredith agachó la cabella y lloró un poco más porque, desde que comenzó a explicarle a su padre cómo es que ahora uno de sus hijos era de su hermana mayor, había comenzado a llorar.» ¿Tienes idea de todo lo que hice para convertirte en una mujer de bien a pesar de que tu madre no estaba con nosotros? —preguntó el hombre mayor y el cuerpo de la joven tembló con fuerza, condicionado por el llanto que sacudía con fuerza su corazón—. Dime, qué fue lo que hice mal, por favor Meredith,