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Muñecas rotas en una casa embrujada

Starset -Unbecoming-

La doctora Payne me comentó que los chicos son esponjas que absorben las manías, enseñanzas, prácticas, de sus padres. Dice que hay cierta edad —no digo cuál es porque apenas si escuchaba— en la que el niño es un loro y un mimo a la vez: nunca para de repetir palabras y acciones.

Eso me recordó cuando Miles y Maxwell me llevaron a una reunión extraña. Tenía quizás unos once años, doce tal vez. Ellos me dijeron que si no asistía me enviarían de nuevo a un pedófilo como niñero así que decidí seguirles la corriente porque no tenía ganas de luchar contra alguien ni sobrevivir.

Había momentos en los que me entregaba, tengo que admitirlo. Quería luchar, tenía la determinación, pero no la fuerza y sin fuerza poco se puede hacer, sobre todo cuando hay dos monstruos que en serio podrían matarme si se lo proponían con más ganas o bien se les rompía la neurona del buen juicio, que ya la tenían desviada, por cierto.

Fueron dos horas de viaje en su viejo auto en las que me convertí en fumador pasivo de su m****a. Durante todo el viaje se metieron cuanta porquería olorosa encontraran y por supuesto que no podía no estar presente la violencia entre los tres. Quién sabe cómo hicimos para llegar a destino: una casa abandonada perfecta para funcionar como casa embrujada en Halloween. Alrededor se veían muchos sujetos raros que miraban aún peor a quien los escaneaba de más, pero no me asustaban mucho; sabía que si no me metía con ellos no me harían nada.

En esa casa embrujada también había mujeres, solo que estas en su mayoría estaban rodeadas por tipos y otras dormidas en sillones o siendo arrastradas por otros que no tenían vergüenza de verse como cavernícolas yendo a sus cuevas.

A esta altura de la vida obviamente que sé que era ese sitio. Como no quiero devolver mi cena, sigo adelante con esto.

El olor a alcohol que había en el ambiente todavía puedo recordarlo, hasta siento ese picor horrible cada que inspiro mientras escribo esto porque aparte de alcohol ahí se inspiraba otra cosa que hasta ahora me da nauseas. No sé la verdad por qué esa escena vino a mi cabeza cuando mi terapeuta explicaba algunas cosas, pero bueno, cuestiones inconscientes.

Ah, sí, ya hasta estoy aprendiendo la jerga en medio del asunto de ir a terapia.

En fin, deambulábamos por ahí hasta que el viejo y el tío me dejaron solo. Los desgraciados hijos de puta se fueron tras unas chicas. Como no sabía qué hacer y tampoco estaba en esto de arrastrar mujeres, quedé sentado en un sofá asqueroso mirando la acción a mi alrededor.

Parecer muñeco maldito era mejor que estar golpeando los testículos de un hombre a punto de violarme o escondido en mi cuarto mirando la nada con un palo de escoba, cuchillo en frente y la mirada clavada en la puerta por si acaso a esos ineptos se les ocurría acercarse.

Los sujetos me veían raro, hasta se burlaban de mí y no les importaba maltratar a las chicas a pesar de que un niño estaba viendo.

Supongo que recuerdo todo eso porque vi cómo ellas miraban hacia mí, con ojos vidriosos, cabellos enmarañados y lágrimas secas alrededor de su cara. Era como ver una muñeca maldita, rota, abandonada. Los sonidos por alguna razón ahora son solo zumbidos. No puedo decir que en ese momento oía gritos, quizás sí, pero mi cabeza de algún modo logró bloquearlos.

Cuando creí que me quedaría allí toda la noche viendo una película de horror, mi cuerpo reaccionó antes que mi mente y salí corriendo de la casa embrujada. No era tonto. Mi cuerpo era el de un pequeño en sus buenos y dulces años, pero en mi mente ya tenía unos buenos cuarenta años encima de tanto que tenía que soportar y ver.

Palpé el arma que le robé al tío mientras estábamos en el auto y sonreí. Estaba protegido.

Afuera, un sujeto se acercó demasiado. Trataba de pegarse a mí. Yo solo esperaba, esperaba que su maldito calor llegara a chocar con mí cuerpo y así usar mi arma en contra suya. Salir corriendo iba a ser un problema, pero supongo que a nadie le importaría perseguir a un mocoso que mató a una b****a como las que allí había.

Apenas el neandertal quiso alcanzarme, saqué el arma y disparé. El sonido fue más fuerte de lo que creí seria. El sujeto no podía formular palabras, solo sujetaba el chorro de sangre que salía de su estómago. Quizás lo miraba, quizás sonreía, pero no dejaba de admirar la manera en que esa b****a se retorcía hasta que no pasó nada más; solo un baño de sangre alrededor y tal vez los demás vinieron hasta donde estábamos para ver qué es lo que pasaba.

De inmediato empecé a retroceder apuntando el arma hacia todos lados. Intentaba no temblar, solo alejarme del peligro. En eso, noté un halo rojizo deambular por ahí. No sé por qué recuerdo todo como si fuera una masa sin color, al menos de los alrededores, pero todavía puedo decir que tengo grabada la imagen de ese destello rojizo fuego que se movía por toda la inmundicia a mi alrededor.

De repente había un chico de mi edad parado en frente del cañón del arma. Su sonrisa era ancha, de dientes grandes y ojos un poco saltones. No había dudas de la inocencia en su cuerpo, y la manera en que vestía, despreocupado y colorido, hacía fruncir el ceño porque no se sabía muy bien qué pensar acerca de ese contraste. Él chico agarró el cañón del arma y lo bajó lentamente. Yo no lo evitaba, que otro niño esté aquí era de algún modo reconfortante.

Él dijo algo, algo que no recuerdo, pero sí sé que vi sus labios moverse y sonreí.

Unos minutos después, estaba corriendo con él por lugares desiertos, disparando hacia troncos, tirado en el césped mirando hacia el cielo.

Oh, lo que sí recuerdo que dijo después fue:

—Soy Keelan, desde ahora tú y yo seremos amigos.

—¿Por qué? —le pregunté.

Era obvio que no nos conocíamos y no sabía si nos volveríamos a ver de nuevo, además de que no necesitaba amigos.

Creo que él me contestó:

—Porque los dos somos hijos de monstruos, ¿por qué más?

No sé muy bien qué siguió de eso, creo que Keelan me enseñó a usar mejor el arma, también me dijo algunos secretos y cómo es que acabó en ese lugar. Supongo que en ese momento estaba feliz porque no me importaba si el viejo y el tonto me dejaban ahí. Podría irme con Keelan y hasta sería diez veces mejor.

Cuando los dos volvimos a la casa embrujada había mucho más ruido y claro, más muñecas rotas siendo usadas hasta el cansancio o la muerte, la verdad no se podía distinguir cada cosa. Lo que recuerdo aparte de quedarme estático mirando, son las manos de Keelan apretar mis hombros mientras me decía:

—Nosotros podemos combatir esos monstruos, pero debemos aprender de ellos, debemos volvernos fuertes y así lograremos volarles los sesos cuando menos se lo esperen.

No creía que fuera posible porque esa misma noche me volví a salvar de ser un muñeco roto, pero por primera vez en mi vida alguien estaba cuidando mi espalda, aunque solo fuera por unos segundos, y entendí que esa sensación de seguridad me gustaba más que valerme por mí mismo.

A partir de esa noche hubo muchas lecciones que en mi cabeza quedaron grabadas, pero la más importante fue que los hijos de monstruos deben estar juntos.

Ridículo, pero ese fue el paso inicial para el resto de mi adolescencia y marcó el camino de algo mucho más retorcido y raro. Todo en mi vida fue retorcido y raro, una m****a, pero ponerlo por escrito lo hace real y me hace sentir y reflexionar lo que antes no podía.

Si me vuelvo loco, al menos ya se sabe por qué fue. No porque tuviera un problema neuronal o me haya drogado, sino porque fui un hijo de monstro y mi vida estuvo rodeada de ellos.

Los monstruos desaparecen de la vida de los niños cuando son mayores, en mi caso, estos se fueron convirtiendo en algo que pronto sería imposible ignorar y que incluso entre los que reconocía y pensaba estaban de mi lado, irían revelando su verdadera forma.

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