En ese momento, Katherine sintió tocar el cielo. Hacia tanto tiempo que su cuerpo no había sido besado y tocado de tales maneras, que sus bochornos, en ese momento, le hicieron recobrar la cordura. Levantándose abruptamente de aquel escritorio, la hermosa rubia miró a John Bennett a los ojos.—No puedo hacer esto…no es correcto. Tu eres un hombre maravilloso, pero no puedo…lo siento. — dijo Katherine con lágrimas en los ojos y voz trémula, para luego salir corriendo de su propia oficina empujando a John.John se quedó en silencio. Por supuesto, no podía presionarla a hacer aquello; Katherine había sufrido mucho, y él no podía demostrarle que era igual que Henry. Sonriendo para si mismo, el apuesto hombre se acomodó la camisa, sintiendo el sabor de Katherine Holmes en sus labios; aquello era mucho más de lo que había imaginado, y sintiéndose completamente prendado de ella, decidía no dejarla ir. Katherine debía de ser solo suya, y el la protegería de Henry y de todos aquellos que busca
—Gabriel, Emma, por favor no corran. — regañaba María la nana tratando de caminar tan rápido como le era posible. Recién regresaban del colegio.Cuidar de dos niños tan pequeños y llenos de energía, a menudo podía ser un reto para la avanzada edad de la mujer. Gabriel y Emma se detuvieron para esperar a su vieja nana; ambos niños le tenían un gran cariño y amor a María, pues ella los había cuidado desde que eran prácticamente unos bebés.—Vamos nana, queremos ver las caricaturas de la tarde. — dijo Emma acercándose a María para tomarla de la mano.—Emma debemos esperar a que nana se sienta mejor, se ve cansada, ¿Estas bien nana María? — preguntó Gabriel al notar que la vieja mujer se veía muy agitada.María se recargó un momento en la pared del pasillo antes de subir al elevador y llegar al departamento. Su respiración se había vuelto entrecortada y pesada, notándose que comenzaba a faltarle el aire. Con la visión borrosa, la nana María miró a los gemelos, sin embargo, en ese momento,
Antonella Bennett observaba los correos de la compañía esa mañana, y bebiendo ansiosamente de su taza de té, chocaba los dedos impacientes contra el fino escritorio de su estudio privado. Los números recientes no eran buenos; desde hacía varios días las ventas no parecían hacer nada mas más que bajar. Emily Gibson debía de casarse pronto con su hijo, sin embargo, Henry parecía poner poca o nula atención en la empresa; aquellas pérdidas financieras junto a los clientes y proveedores que se habían marchado no eran tan pequeñas para tomarlas a la ligera, y aquella situación comenzaba a estresarla…si se cometían más errores, más pronto que tarde terminarían en la ruina, por ello esperaba que el matrimonio de Henry con Emily los fortaleciera, y así pudiesen reanudar el progreso.Tomando el teléfono, Antonella llamó a su asistente; alguien tenía que ocuparse del trabajo hasta que superarán esa escandalosa crisis económica y familiar que comenzaba a sacarla de sus casillas. ¿Qué iba a hacer
—Bien, la inauguración de la nueva tienda en la ciudad no será tan grande como hicimos la anterior, pero si mucho más exclusiva; solo tendremos a las personas más importantes como invitados en nuestra gala, así que vayan preparando y enviando las invitaciones. — ordenaba Katherine a su gerente y amigo Neville.—Bien cariño, será como digas, escuché que la hija del gobernador regresó a la ciudad, y sé que son buenas amigas, así que la incluiré entre los invitados junto a su padre. — respondió Neville con tranquilidad.Katherine sonrió animadamente y complacida; Serena era una muy buena amiga, y uno de sus mayores soportes en sus tiempos más difíciles mientras estudiaba, así que era una muy grata sorpresa saberla de vuelta.—Si, hazlo. — respondió la rubia.Sintiendo como su celular vibraba, Katherine miró en la pantalla un numero desconocido. Apresurándose a responder imaginando que sería alguno de sus proveedores, abrió grandemente los ojos al escuchar la voz al otro lado de la línea.
Katherine observaba su teléfono. Había bloqueado sin dudarlo el número de Henry, pero algo de aquello no la hacía sentir tranquila. ¿Quién le había entregado su número privado sin pensar en lo furiosa que estaría ella?, ni siquiera a John le había dado aquel número, y aquella inquietud no la dejaba tranquila. Dando un nuevo vistazo a su celular personal, la rubia también se sintió mortificada pues no había recibido el mensaje de siempre que María le enviaba cuando regresaba del colegio junto a sus hijos.Marcando el número de María, la vieja nana nuevamente no le había respondido, y aquel mal presentimiento dentro de su corazón seguía dejándola con aquella inquietud que la mantenía intranquila. ¿Había ocurrido algo?, se preguntó. En ese momento, un par de golpes en la puerta de su oficina la sacaron de su estupor, y dando la indicación para entrar a quien interrumpía sus pensamientos, vio a su gerente Neville con un rostro demasiado serio.—Katherine, te buscan un par de hombres, dice
En aquel momento, Katherine entró a aquella habitación, sintiendo el aroma de Henry Bennett en todas partes. Sus ojos, sin embargo, se posaron sobre lo único que más amaba y le importaba en el mundo: sus pequeños hijos.Gabriel y Emma habían despertado debido a los gritos, y ambos miraban a su madre con los ojos llenos de lágrimas.—Mamita…nosotros… — dijo Gabriel con voz entrecortada.Katherine se apresuró a tomar a sus gemelos de las manos para sacarlos de allí, sin embargo, ambos se rehusaron a moverse.—¡No quiero!, ¡Quiero quedarme con papito! — gritó Emma quien, en ese momento, saltó de la cama para correr directamente a abrazar a Henry, quien la abrazó a cambio. — ¡Eres mala!, ¡No te importa nanita y me quieres separar de mi papito! — gritó la pequeña de largos cabellos castaños.Gabriel, dando una mirada a su madre, caminó también hacia su padre.—Siempre quisimos ver a papito y tú siempre dijiste que no teníamos uno, pero encontramos tu foto con papito, nos echaste mentiras,
El alcohol, aquel mal compañero de noches inciertas en donde el dolor clama terreno dentro de nuestras almas, haciéndonos ver espejismos difusos de lo que fue y no sería jamás, o trayendo memorias dolorosas que nos hunden aún más profundo en las tristezas que carga nuestra alma. Al calor de la bebida, se dicen muchas cosas, se piensan muchas cosas y se sienten muchas cosas, dejando al individuo vulnerable a su propio dolor.Henry miraba aquella fotografía; la única que conservo impresa de Katherine, y la cual, más de una vez, deseo tirar lejos de él, pues siempre lo trasportaba a sus más felices y dolorosos recuerdos. Estaba ebrio, completamente alcoholizado, pues aquello era lo único que había podido hacer, después de escuchar todo aquello que su exesposa tenía para decirle. Cada palabra que salió de los hermosos labios de Katherine Holmes fue hiriente y demasiado dolorosa, pero cargada de la verdad que, quizás, él se negó a ver durante mucho tiempo. Cierto era que, aquel día en que
Aquella mañana, Emily Gibson había salido temprano para recorrer las tiendas, y admirar los hermosos vestidos de novia de los escaparates de las tiendas más exclusivas. Pronto, sería la nueva esposa del magnate multimillonario Henry Bennett, y nada ni nadie iba a impedírselo.—Bienvenida señorita Gibson, ¿Gusta que le mostremos los mejores vestidos? — ofrecía una dependienta amablemente.Emily sonrío, y mirando atentamente los vestidos de mayor precio, señaló el que le pareció más hermoso.—Si, quiero empezar con ese, me casaré muy pronto y quiero que mi vestido sea el mejor, uno del que hablen lo que resta del año y todo el siguiente, nadie debe de opacarme ese día, ¿Entiendes? — exigió Emily con autoridad.La dependienta asintió.—Como desee señorita, venga conmigo, la llevaré a la sección más exclusiva de la tienda, le aseguro que allí encontrara el vestido soñado. — respondió la dependienta.En el hospital de la Luz, María despertaba de su estado de inconciencia, y aun sentía su p