Paula Méndez
—Regina, arreglamos un matrimonio para ti cuando eras pequeña. Ahora que te estás recuperando de tu enfermedad, ¿estarías dispuesta a volver a Ciudad Primavera para casarte? —hizo una pausa la mamá—. Si aún no quieres, puedo hablar con tu padre para cancelar este compromiso.
En la penumbra de la habitación, Regina Castro solo podía escuchar el silencio. Justo cuando su madre, al otro lado de la línea, pensaba que una vez más no lograría convencerla, ella finalmente habló:
—Estoy dispuesta a volver para casarme.
Su madre quedó perpleja al otro lado del teléfono, como si no esperara esa respuesta.
—¿Tú... tú aceptas?
—Sí, acepto —respondió Regina con voz serena—. Pero necesito algo de tiempo para resolver algunos asuntos aquí en Puerto Turquesa. Volveré en dos semanas. Mamá, pueden ir preparando la boda.
Después de dar algunas palabras más, colgó el teléfono.