Todos los capítulos de Alfa Malcolm estos Mellizos ¡Son tuyos!: Capítulo 11 - Capítulo 14
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11. Pequeños Alfas, grandes problemas
Mientras Malcolm y Josephine se encontraban en la torre norte del monasterio, los mellizos Zacary y Lyra estaban en otra área del enorme recinto, cumpliendo con la tarea de regar las plantas que su madre les había pedido. Zacary, con el ceño tan fruncido que casi juntaba sus espesas cejas, regañaba a las plantas en voz baja, sintiendo todavía arder en su interior la rabia que experimentó cuando aquel Alfa de Las Tierras Elevadas empujó a su mamá sin motivo alguno. En ese momento, había deseado morderle la mano, hacerle algún daño, pero sabía que no podía porque todo empeoraría.Tanto él como su hermana tenían que esconder su naturaleza lupina, y en ocasiones como aquella, a Zacary le costaba mantener esa parte de sí mismo bajo control. No lograba entender por qué debían ocultarse. ¿Qué había de malo en mostrarse como lobos? Su madre nunca les daba una explicación clara, sólo les repetía que debían mantenerse ocultos o se meterían en problemas. «¿Qué clase de problemas?», se preguntaba
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12. Los mellizos y el forajido
Zacary, intentando aparentar una valentía que no sentía del todo, llevó su dedo índice a los labios, indicándole a su hermana que guardara absoluto silencio. Con cautela, comenzó a acercarse hacia el origen de esa presencia que percibía.Gael, desde su escondite, frunció el ceño mientras olfateaba el aire viciado del depósito. No podía captar el aroma lupino de los mellizos debido al inhibidor de olor que Josephine les había aplicado cuando estuvieron en el pozo. Para él, olían como simples niños humanos, lo que le permitió mantener la calma mientras permanecían inmóviles en las sombras.Zacary le entregó la antorcha a Lyra, cuyos dedos temblorosos apenas lograban sostenerla, y avanzó lentamente hacia donde percibía aquella presencia extraña.—¿Quién está ahí? —preguntó Zacary con un tono de voz que intentaba sonar firme, mientras Lyra se llevaba la mano libre a la boca, pensando que su hermano había perdido completamente el juicio—. ¡¿Quién está ahí?! ¿Es un ladrón? No tenemos comida
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13. Conflictos del corazón y el deber
MIENTRAS TANTO EN EL INVERNADERO DE LA TORRE NORTE…Malcolm sentía que ya había hablado suficiente con esa druida que, para su pesar, encontraba... simpática, por no decir algo más profundo. En lo más íntimo de su ser, una pregunta lo atormentaba: ¿cómo sería su aroma natural? ¿A qué olería ella? No entendía por qué, pero sentía una inexplicable necesidad de saberlo. En momentos como ese, extrañaba terriblemente su olfato, un vacío que ni su posición como Alfa podía llenar.El viento mecía suavemente las plantas del invernadero mientras el sol de esas horas de la tarde iluminaba a Josephine con su luz dorada, acentuando, posiblemente sin querer, cada uno de sus rasgos. Malcolm apartó la mirada, incómodo por sus propios pensamientos.«Estoy casado», volvió a pensar, entrecerrando sus ojos.—Me iré ya —dijo finalmente Malcolm, manteniendo su expresión seria—. ¿Te quedarás aquí o...?Malcolm dejó adrede esa pregunta en el aire, esperando que la mujer le respondiera. Él era plenamente con
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14. La sangre que llama
Josephine estaba de espaldas a él, y Malcolm pudo percibir cómo los hombros de ella se tensaron y luego se encogieron levemente, como si sus palabras sobre quedarse le hubieran caído como un peso inesperado. El leve temblor en su postura delataba una emoción que intentaba ocultar.—Sí... los monasterios druidas están abiertos para todos, milord —respondió Josephine con voz controlada, cerrando sus ojos con fuerza mientras aprovechaba que él no podía ver su rostro.Malcolm soltó un bufido apenas audible respondiéndole:—No te estaba haciendo una pregunta, mi comentario fue retórico —replicó con tono cortante—. Todos saben que los monasterios están abiertos al público, y mucho más a Alfas de Altocúmulo de las Tierras Elevadas.Sus dedos se tensaron alrededor de la cuerda mientras continuaba el descenso, ocasionando que el cuero de sus guantes crujiera levemente.—Pienso que es mejor estar aquí —continuó Malcolm, justificándose— así podré vigilarlos a todos de cerca. Si veo cualquier act
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