—Lo he pensado bien —dijo Sofía con expresión firme—. Aunque ahora cambie de opinión y permita que mi hija regrese a Wellington, usted es el mayor tumor y absceso de esta escuela. ¡No dejaré que mi hija permanezca en una institución dirigida por usted!Frente a tantos reporteros, Sofía lo acusó sin piedad.El rostro del director alternaba entre la palidez y el rubor, y su respiración se volvió agitada.Señalando a Sofía, dijo a los periodistas:—Todos han visto que es Sofía quien no quiere que su hija permanezca en Wellington, no soy yo quien la obliga a irse. No vayan a informar equivocadamente.Había tantos vehículos estacionados frente a la escuela, tanto de padres como de periodistas, que cuando unos nuevos vehículos se detuvieron, nadie les prestó atención.El director del Departamento de Educación, el director Blanco, sentado en uno de estos coches, volvió en sí y miró por la ventana. Al ver la imponente entrada de la escuela, abrió los ojos sorprendido y preguntó rápidamente al
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