El sol brillaba intensamente sobre la mansión de los Kanhelos cuando Irina decidió hacer una visita inesperada. Su intención estaba lejos de ser cordial. Con su porte altivo y una sonrisa apenas disimulada, se presentó en la entrada, decidida a mofarse de Amara y su familia.Al llegar al gran salón, encontró a Amara compartiendo una tarde agradable con sus padres, Don Ramón y Doña Carmen, así como con los padres de Dimitrios. Las risas dominicanas llenaban el aire, junto al aroma de un café recién hecho. Irina avanzó con paso seguro, su mirada recorriendo con desdén a la familia de Amara.—Vaya, qué ambiente más… pintoresco —comentó Irina con sarcasmo, sus ojos deteniéndose en Doña Carmen—. Es interesante ver cómo ciertas personas se adaptan a lugares como este.Doña Carmen levantó la vista de su taza de café, su sonrisa amable intacta, pero sus ojos brillaban con determinación.—¿Perdón? —preguntó, aunque había entendido perfectamente.Irina continuó, con voz dulce pero llena de venen
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