Dios mío, cuando Alessandro y yo nos quedamos solos en la mesa, me sentí como una adolescente en esas fiestecitas de la escuela, esa que se queda sentada con el chico y no sabe qué decir. Estaba muy nerviosa.— Escucha bien, Catarina, puede que estés enojada, pero eres mía y no voy a dejar que ningún hombre se acerque a lo que es mío. Que salgas de casa con ese pedazo de tela envuelto en el cuerpo, que deja más de lo necesario de ese cuerpecito tuyo expuesto, hasta lo puedo tolerar, pero bailar con otro hombre, eso mi querida no lo vas a hacer de nuevo —dijo Alessandro con el rostro muy cerca del mío, mirándome a los ojos.— Estás muy equivocado, Sr. Mellendez. ¡Nada aquí es tuyo! Y sí, estoy enojada, estoy furiosa, ¡así que no te atrevas a provocarme! —lo miré sin retroceder.Aquel presumido abrió una sonrisa absurdamente atractiva y sus ojos brillaron.— El odio y el amor van de la mano. Eres mía, Catarina, es solo cuestión de tiempo hasta que me perdones y vuelvas a mí —dijo y b
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