—Suegrita, usted es la madre de César. Yo soy su novia, ¡por supuesto que debo decirle suegra!—No soy una maleducada. Por ahora soy solo su nuera, pero cuando César y yo nos casemos, voy a ser Teresa de Balan—Teresa se rio.María ardía de ira, ni se molestaba en ocultarlo, y le advirtió:—Teresa, aléjate de mi hijo. ¿Casarte con él? ¡Sigue soñando! Mientras yo siga viva, ¡olvídate de ser su esposa!—¿Suegrita, no lo sabe aún? —Teresa se cubrió la boca, fingiendo sorpresa—. Ayer, César me llevó al centro de rehabilitación a visitar al abuelo. Delante de don Julián Balan, ¡me pidió en matrimonio!Al terminar, sonrió de oreja a oreja, mirando a María con un aire provocador.María, a la que ya le faltaba el aire, le respondió con enojo:—¡Imposible! ¡Mi hijo nunca te propondría matrimonio!—Si no me cree, suegrita, pues llame a César y pregúntele. Así sabrá la verdad —dijo Teresa, con indiferencia.Luego añadió, pretendiendo ser amable:—Pero apúrese, porque César no está en la empresa. E
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