En la entrada de la escuela, entre la multitud de padres de familia, mi propio hijo me niega una y otra vez como su madre. Insiste, con firmeza desgarradora que Carolina es su mamá.Aunque mi corazón ya está destrozado y sangrando, me esfuerzo por recordarme que aún es pequeño y no entiende el peso de sus palabras. Respiro profundo y trato de mantener la calma mientras lo enfrento:—¡Gabriel! —mi voz tiembla, pero intento sonar firme—. Te daré una última oportunidad para elegir. Mírame bien, tranquilízate y piensa con claridad, entre ella y yo, ¿a quién eliges?Todos miran a Gabriel, quien se esconde detrás de Carolina, apoyando la frente contra su espalda.—Por supuesto que elijo a mi mamá.Apenas termina de hablar, Carolina me lanza una mirada extraña, mezcla de superioridad y burla, y, abrazando al niño, intenta marcharse.—Está realmente loca —murmura, casi como un escupitajo al pasar.Pero por supuesto no puedo dejarla ir sin más. Mi instinto maternal me impulsa y, desesperada, tr
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