LXXI. Confesión
Desperté desorientado, con tremendo dolor de cabeza, mucha sed y unas terribles ganas de vomitar. Me costó levantarme de la cama y adaptarme a todo mi alrededor. Me sentía fatal y no era para menos, si había bebido como si el mundo se fuese a acabar.Me senté en el borde de la cama, sujetándome la cabeza con ambas manos. Todo estaba en completo silencio, pero incluso el silencio me estaba taladrando la cabeza.—Nunca más vuelvas a beber así, Niklas —me reprendí, volviendo a tirarme a la cama, cubriendo toda mi cabeza con la colcha.Cerré los ojos con fuerza y más pronto que ligero me volví a dormir, hasta que escuché la estridente voz de mi hermana y sus pasos a mi alrededor, quitándome la colcha de la cabeza y cegándome con la luz que entraba por la ventana.—Es hora de levantarse, bello y ebrio durmiente —soltó una risita y solo pude emitir un quejido—. Si no te levantas ahora mismo, pondré música a todo volumen y no me importa si estás que te mueres por la resaca. Eso sí, quién te
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