ALFA KARIM Amaneció y no sé cuánto tiempo durmió Erika. Llevaba toda la noche despierto y, aunque había entrenado mi cuerpo para aguantar unas cuantas noches sin dormir y seguir en forma, estaba cansado. Estaba cansado de tanto pensar en mi pareja. Pensaba en todos sus rechazos, en la forma en que estaba tan ansiosa por irse cada vez que yo estaba con ella, en la forma en que me evitaba como si yo fuera algo que le repugnaba. Al principio, pensé que me temía, porque todos me temían, incluso los guerreros. Era natural. Pero yo había intentado acercarme a ella de muchas maneras y siempre tenía una excusa para alejarse de mi presencia. Era como si no me soportara cuando casi tenía que esconderme de toda la atención que me lanzaban las otras lobas. Supe que era una Omega el primer día que la salvé en el bosque, pero su olor era tan embriagador que tuve que salir corriendo cuando me miró a los ojos. Nunca antes había huido de nadie ni de nada, ni siquiera cuando me amena
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