Catalina sintió un zumbido en los oídos y su visión se nubló por un momento. Antes de que pudiera reaccionar, el sudor frío apareció en su frente. Fernanda, aún no satisfecha, le dio otra bofetada. Por ese nuevo golpe casi se cae, pero una enfermera amable la sostuvo. Cuando su visión se aclaró, vio a su madre mirándola furiosa, gritando.—¡Ingrata! ¡Siempre haces lo que te decimos que no hagas! ¿Qué te dije desde el principio? ¡Que Mateo no era digno de ti, que se acercó a ti con mala intención! Te elegimos un buen partido, un hombre de nuestra clase, ¡y no lo quisiste! — ¡Insististe en casarte con un huérfano, un guardaespaldas! ¿Y ahora qué? ¿Cómo te trata? ¿Cómo nos trata? ¡Por tu culpa el patrimonio de los Jiménez fue destruido!Su madre, aún furiosa y con la cara roja, levantó la mano para golpear de nuevo, pero el personal médico la detuvo. Catalina, sosteniendo su adolorida mejilla, intentó hablar, pero no pudo articular palabra. No podía hacer nada más que derramar lágrimas d
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