Diego, delirando por la fiebre, percibió vagamente una brisa fresca y su cuerpo, sin control, buscaba acercarse. Irene, con sus manos, sostenía una toalla húmeda y fría, y sus brazos estaban helados. Diego abrazó su brazo, frotando su mejilla contra él.Con esa imagen, ¿quién podría adivinar que era el poderoso magnate que dominaba el mundo comercial? Más bien parecía un perrito que busca consuelo en Irene.Irene extendió la mano y le acarició la cabeza. Su cabello era corto y áspero. Si hubiera sido antes, ¿quién le habría dado la oportunidad de tocar su cabeza? Pero ahora, parecía que no había límites.Mientras acariciaba, Irene bajó la mano por su cuello y le dio un suave apretoncito en la ancha espalda. Los hombros del hombre eran fuertes, lo que generaba una sensación de seguridad. Los músculos de su espalda eran firmes y tonificados, casi imposibles de apretar.Irene se divertía, cuando de repente, Diego se descontroló, la empujó hacia abajo y la besó con fervor. Su cuerpo ardía,
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