La boca de Gabriel está sobre mí en el momento en que la puerta se cierra detrás de nosotros. Su beso es duro y casi castigador.“No, nadie toca lo que es mío, y no te equivoques, eres mía, Harper”, gruñe él, con la voz cargada de ira.“Estaba bailando cuando él se me acercó”, me defiendo, “traté de alejarme pero me agarró”.Las cosas entre Gabriel y yo han estado tensas estos últimos días. Tensas, no porque las cosas fueran malas, sino porque estaban realmente bien. No pasó nada más después de la cena esa noche. Comimos, bebimos y hablamos. Sin embargo, ese beso había sido lo mejor de la noche.Desde entonces nos hemos besado muchas veces más. Besos que me dejan con ganas de mucho más. Sus besos se han convertido en mi adicción. Es una locura, lo sé, pero no puedo resistirme a ellos. En el momento en que él toma mis labios, me derrito.Han pasado cuatro días desde la cena, dejé de poner almohadas entre nosotros la tercera noche. De todos modos, fue inútil porque de todas formas t
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