La relación entre los tres estaba tan enredada que parecía un ovillo de lana, y Eduardo ya casi no podía entenderla.—Hermano... —Jimena jaló suavemente la manga de Eduardo, diciendo con un puchero— Hermano, me equivoqué...Eduardo suspiró resignado al verla así. Esa chica siempre acudía a él a llorar cuando se sentía herida, ¿cómo podía negarse?Tendió la mano y le dio un toque ligero en la frente a Jimena.De inmediato, sus ojos se llenaron de lágrimas y, sollozando, dijo: —Hermano, de verdad quiero casarme con Walter.—Te ayudaré —suspiró Eduardo, acariciándole cariñosamente el cabello—. Eres nuestra consentida. Todo lo que quieras, te ayudaré a conseguirlo.Al escuchar eso, las lágrimas de Jimena comenzaron a caer como perlas de un collar roto y lo abrazó fuertemente. —¡Gracias, hermano!***Walter no fue directamente a casa, sino que se desvió y se dirigió hacia el departamento de cardiología.Cuando llegó, Mariana estaba apoyada en la ventana del pasillo, su silueta reflejaba una
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