Su camisa se ceñía a sus brazos, gruesos de venas y repletos de músculos. Sentía la boca seca, la garganta espesa, y no pude evitar mirar fijamente. Su camisa estaba húmeda, pegada a las crestas y los surcos que acentuaban sus hombros, oscureciéndose ligeramente para revelar la piel que había debajo
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