La noche envuelve el desierto en un manto oscuro y pesado. Las estrellas, distantes testigos, parpadean sobre un paisaje de arena y misterio. En medio de esta inmensidad, el vehículo de Layla yace bocarriba, un caparazón destrozado en la arena, testigo silencioso de la catástrofe recién acontecida. Dentro del auto, Alejandro, Amira y Layla están atrapados, sus cuerpos golpeados por el impacto. El espacio es estrecho, claustrofóbico. El olor a metal quemado se mezcla con el polvo y el miedo. Amira, a pesar de sus heridas, lucha contra el dolor y la desorientación, buscando desesperadamente su teléfono en el caos del interior. Sus dedos, temblorosos y ensangrentados, encuentran el dispositivo. Con una fuerza que no sabía que tenía, marca el número del Dr. Sánchez. Afuera, las sombras oscuras, formas etéreas y terroríficas, rodean el vehículo, su presencia un augurio de muerte. Se mueven con una gracia siniestra, listas para atacar. En ese momento crítico, Layla, a pesar de su estado, m
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