Me persuadió pacientemente durante mucho tiempo, y cada palabra me tranquilizó, consolándome para que me echara a reír y dejara de pensar en lo que sucedió anoche. —Martín, ¿has recibido el regalo de cumpleaños que te envié? —Sí, te llamaré tan pronto como lo recibí. Tú lo hiciste misma, es muy hermoso y a mí me gusta mucho. —La voz de Martín era profunda y ronca, y su rostro se animó. —Sí, hice dos tazas, la de azul oscuro es para tí y el azul claro, para mí. ¿Ves a esas dos personitas?, la más alta eres tú y la más baja soy yo. —Así que yo adiviné bien, tú, has sido una traviesa desde que eras una niña. Ese día, querías salir a atrapar libélulas y la tía Carmela no tenía tiempo, así que tuve que acompañarte. Por cierto, todavía te puse el abrigo y también te até las coletas en la cabeza. Pero la primera vez que trencé a una chica, no se veía bien. —Martín, lo recuerdas claramente, y yo también lo recuerdo. Había muchas libélulas ese día, todas volando en el cielo, y algunas de e
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