Nos saludamos entre todos. —Bueno, ya estamos todos. —comentó César, después de darnos la mano con los recién llegados. —¿Ustedes les pasaron los agradecimientos a Alejo? —Sí. Respondimos más de uno. Mi primo salió de su oficina, no tenía idea con lo que saldrá, pero vamos a quedar sorprendido con lo que este loco hizo. —Tengo la leve sensación, que nos vamos a arrepentir por haberte delegado el regalo de Fernanda. —Más de uno soltó la carcajada ante el comentario de César. —No será así. Por favor caballeros, vamos a la sala de juntas. Nos miramos entre sí, esto parecía prometer. Nos enfilamos a seguirlo y la secretaria contenía las ganas de reírse. ¡Carajos! —Creo que, si nos vamos a arrepentir, —habló David. Al ingresar no había nada. Salvo un atril con una manta negra. —¿Orjuela? —dijo Carlos—. No veo nada. —Qué poca fe me tienen. Se acercó al atril, quitó la manta y vimos un cuadro en alto relieve con una chancleta… Literalmente una chancleta en bronce, muy bien hecha, i
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