El pequeño patio de la casa del abuelo de Adriana era muy conspicuo en el callejón, con violetas trepando por encima del muro y moras, todo lo cual hacía que este pequeño patio se destacara entre los demás.Desde lejos, Adriana arrugó la nariz.Parada frente a la puerta del patio, con cuidado desbloqueó la cerradura.Pero al abrir la puerta, el olor no era tan agradable como se esperaba; había un olor a fruta podrida en el aire.Adriana encendió las luces del patio y descubrió que, sorprendentemente, estaban rotas, estaban bien la última vez que estuvo aquí.Omar, de pie detrás de ella, notó su dilema y bromeó: —¿Por qué no entras?¡Ni hablar!El suelo estaba lleno de moras, todas podridas.Adriana se volteó hacia él. —Las luces están rotas, tengo miedo a la oscuridad.Omar reconoció de inmediato el tono fingido en su voz.—¿Y qué?—Omar, estoy segura de que no tienes miedo a la oscuridad, puedes hacerlo, ve primero y enciende las luces de la casa.Omar estaba frustrado.Él ya sabía.
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